Salmo 128: Las Bienaventuranzas del Edén restauradas

Continuamos con la serie: “Salmos Peregrinos”: Caminando juntos hacia la nueva Jerusalén. Recordemos que estos Salmos están comprendidos entre el 120 y el 134, eran entonados por los judíos mientras peregrinaban a sus tres fiestas anuales: la pascua, la fiesta de los tabernáculos y pentecostés. Cristo peregrinó por esos senderos cantando estos Salmos que son  suyos. Y en esta reflexión estaremos abordando el Salmo 128 que posee una íntima relación con el 127, es una especie de continuación y ampliación del Salmo anterior que ya expuso nuestro hermano Víctor Cifuentes.

1. Felicidad Verdadera (v.1)

Este Salmo inicia con una sublime declaración: “Bienaventurado todo aquel que teme a Jehová y anda en sus caminos”. En las Escrituras podemos encontrar decenas de bienaventuranzas, muchas de ellas conocidos y memorizadas por nosotros. Hoy centraremos nuestras fuerzas en explicar en profundidad la bienaventuranza que este salmo nos ofrece. Primero, ¿Qué es ser bienaventurado? Es estar pleno, completamente dichoso, feliz, más bien, supremamente feliz, en lenguaje actual: es estar plenamente realizado. En términos bíblicos es volver a la felicidad de la comunión con Dios que experimentaron Adán y Eva en el huerto antes de la caída.

La felicidad es una extenuante búsqueda y necesidad arraigada en nuestro ser, nos mantiene en permanente en movimiento, de hecho, todas las cosas que hacemos o que no hacemos están motivadas por el deseo ferviente de ser felices. A pesar que parezca una contradicción, aquellos que toman la fatal decisión de abortar lo hacen porque creen que es mejor asesinar a su hijo nonato que obstaculiza su proyecto de vida y por ende su “felicidad”. La meta de la felicidad la encontramos en los grandes acuerdos humanos, como la Declaración de Independencia de EE. UU: todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos... [como] la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.

La ONU ha establecido parámetros para cuantificar la felicidad de una nación, se han determinado indicadores como: calidad de la salud, educación, diversidad ambiental, nivel de vida, gobernanza, bienestar psicológico, uso del tiempo y vitalidad comunitaria, entre otros. Inferimos con esto que la felicidad para este mundo tiene estrecha relación a tener cosas, alcanzar un status y lograr el estado máxima autorrealización. Más de alguna vez te has encontrado pensado o diciendo: “si tuviera eso sería tan feliz”. Pero cuando el hombre alcanza aquellos objetivos se da cuenta de que no satisfacen verdaderamente, que sigue habiendo un vacío en sus corazones tamaño DIOS (Ecl.3:11). Hombres y mujeres a lo largo de toda la historia han llegado al pináculo de sus carreras artísticas, deportivas, científicas o académicas, pero terminan sucumbiendo ante la depresión y la soledad.

Las bienaventuranzas de las Escrituras no son ráfagas ocasionales de felicidad como las que brinda el mundo, donde lo que hoy me da plenitud mañana ya no. Las verdaderas bienaventuranzas no dependen de la fama, el dinero, la comodidad, aceptación, seguridad financiera, ser bienaventurado es una declaración soberana de Dios sobre su pueblo, “él nos declara felices por su buena voluntad”, no es una felicidad que depende de las circunstancias, de tu estado civil, económico o social, sino que depende de una relación de pacto entre tú y Dios, nuestra bienaventuranza es relacional, y maravillosamente depende del desempeño de un perfecto Salvador, así que, nuestra felicidad es permanente si está en la persona correcta que es Cristo Jesús.

El concepto de felicidad bíblico escapa abismalmente del concepto que el mundo posee, el ser humano desea escapar del dolor y la tristeza, pero Jesús llamo bienaventurados a los que lloran (Mt.5:4); hoy se valora la mordacidad y la astucia, pero Jesús llamo felices a los mansos, el mundo desea seguridad, pero Jesús dice que son bienaventurados los que padecen persecución (Mat.5:10), es decir, lo que Dios llama bienaventuranza para sus hijos, para el mundo es simple miseria y desdicha, y este Salmo no es la excepción, pues para los impíos temer a Dios, estar casado y tener hijos no son “proyectos” que te lleven a la felicidad.

Cuando Jesús describe las bienaventuranzas en Mateo 5, él declara sobre los bienaventurados que “de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:3,10), entonces, podemos decir con toda confianza que un bienaventurado es un ciudadano del Reino de Dios, es un peregrino que camina a la nueva Jerusalén, por ende, las bienaventuranzas son un termómetro que mide nuestra “temperatura espiritual”, son un espejo en donde podemos ver nuestro carácter, son como una especie de certificación divina de nuestra naturaleza regenerada, pues ser bienaventurado es que Dios este en tu favor moldeándote a la imagen del Hijo, ser bienaventurado es un tema de reflejar un carácter, el perfecto carácter de Jesús, quien es la persona más feliz, más bienaventurada de todo el universo: “el Dios tuyo, te ha ungido, con óleo de alegría más que a tus compañeros” (Heb.1:8). No olvidemos que él nos ha dado su gozo (Jn.15:11), su felicidad, su bienaventuranza, por lo que jamás debemos pensar, concluir o vivir como si nuestra fe fuese un yugo difícil de sobrellevar, el yugo de la fe es ligero, hemos sido libertados del peso del pecado, lo difícil en esta vida es vivir sin Cristo, sin esperanza, sin fe, sin amar a Cristo, jamás pensemos que estar en el camino ancho es un camino de bienaventuranza, pues su fin es de perdición.

Si pudiéramos resumir las bienaventuranzas, diría que hay una de ellas que es nuclear y que genera todas las otras: Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado (Sal. 32:1). Como dice Juan Calvino: “el hombre no obtiene ningún beneficio de (las demás) bienaventuranzas hasta que obtiene la bendición por el perdón de los pecados, (es) un perdón que les abre camino a todas las bienaventuranzas”[1]. No podemos acercarnos a la felicidad verdadera, sin redención verdadera, sin perdón verdadero. ¿Por qué no? Pues viviríamos desdichados ya que el mayor problema de nuestras vidas no ha sido resuelto: el problema de la condenación del pecado. Es imposible que aquellos que están muertos en sus delitos y pecados sean felices, porque el pecado es una resistencia, es una oposición a encontrar el gozo y la bienaventuranza en Dios, y dicha resistencia trae consigo una mente oscurecida, que finalmente no quiere ni entiende a Dios, en resumidas cuentas, como las Escrituras lo describen constantemente, los pecadores no redimidos, los desventurados, no tienen temor de Dios (Rom.3:18-19). En contraste, los bienaventurados descritos en este Salmo son aquellos que temen a Jehová y andan en sus caminos. ¿Qué es el temor a Jehová? Es la fuerza que nos guía a buscar y descubrir la voluntad divina para disfrutar la dicha y la bienaventuranza en los mandamientos del Señor.

Los puritanos enseñaron que este temor posee tres ingredientes esenciales: un conocimiento correcto del carácter de Dios, un sentido generalizado de la presencia de Dios en cada área de su vida y una conciencia constante de nuestra obligación para con Dios. Temer a Dios significa que la sonrisa y el ceño fruncido de Dios tiene más valor que las sonrisas y el ceño fruncido de los hombres. El temor reverente a Dios es la clave ser fieles a él en cualquier instancia de la vida, lo vemos en la vida de Job, “hombre temeroso de Dios” (Job 1:1), quien amaba a su Señor y ante la pérdida total “no peco contra Dios, ni atribuyo a Dios despropósito alguno” (Job 1:22), lo observamos en la vida de José, un temeroso del Señor (Gén. 42:18) quien ante la tentación sexual dijo: ¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios? (Gén.39:9). Aún, en aquellos creyentes del pasado, como Jonás, en donde la desobediencia pareció dominar pasajeramente sus corazones podemos observar este distintivo, en medio de la tormenta que azotaba la barca de la desobediencia Jonás exclamó: Soy hebreo, y temo a Jehová (Jon. 1:8-9). A pesar de su inconsistencia, en su corazón habitaba una verdadera voluntad de agradar a su Redentor, nuestro distintivo como creyentes no es si hemos leído todas las teologías sistemáticas, tener un doctorado en divinidades, dar de comer a los pobres, tener muchos dones, todas cosas buenas, el distintivo es “Soy cristiano y temo a Dios”, si es así en tu vida, dime ¿Cuánto ha bajado la marea del pecado en tu corazón? Mira lo que dice Pr.8:13: El temor de Jehová es aborrecer el mal

El temor a Dios es el indicador el amor hacia él y de aborrecimiento hacia el pecado, el temor a Dios es la “enseñanza de la gracia”, por eso, hace algunos momentos cantábamos “su gracia me enseñó a temer”, temer a Dios es temer pecar contra él, es tomarlo en serio, es el temor de ofender a quien más se ama en esta tierra, no es el temor servil que experimenta un prisionero con su carcelero o verdugo, esa la perfecta descripción de lo que hace el pecado en nuestros corazones, trae esclavitud e infelicidad, el pecado es el verdadero destructor del gozo cristiano, pero en contraste, el Salmo dice: “Felices los que temen al Señor”, pues han sido librados del dominio y la parálisis espiritual que produce el pecado.

En el antiguo pacto el temor a Dios era una exigencia, un requerimiento de Dios hacia su pueblo: “Ahora, pues, Israel, ¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que temas a Jehová tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma; que guardes los mandamientos de Jehová y sus estatutos, que yo te prescribo hoy, para que tengas prosperidad?” (Dt. 10:12-13)

Su prosperidad estaba supeditada a una condición, pero en el nuevo pacto es Dios mismo quien asegura esta exigencia: Y haré con ellos pacto eterno, que no me volveré atrás de hacerles bien, y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí (Jer. 32:40). Este Salmo nos está mostrando una realidad más profunda de lo que experimenta el peregrino del nuevo pacto, Dios mismo se encarga de hacernos temerosos delante de él, nuestro temor a Dios está sellado y asegurado por la sangre del sacrificio del Cordero y la obra del Espíritu en nuestros corazones. El amor de Dios ofrece total y plena seguridad, es amor incondicional, es ese amor que todos buscan pero nunca encuentran, porque ese tipo amor no es posible encontrarlo por nuestros medios ese amor nos encuentra a nosotros, es el amor de la verdadera felicidad, es un amor que ofrece promesas para mantenernos a salvo de la destrucción del pecado, para conservarnos andando en sus caminos sin apartarnos de la fuente de felicidad que es Dios, ese es el nuevo pacto, un pacto de bienaventuranza, de felicidad, porque no hay nada más bienaventurado en la tierra que estar cerca de nuestro Dios, por esto es que el Salmo 25:14 dice: La comunión íntima de Jehová es con los que le temen, y a ellos hará conocer su pacto”. El temor a Dios es la puerta de entrada a la vida (Pr. 19:23), a la verdadera sabiduría (Ecl. 1:11-21), pero sobre todo a la verdadera felicidad en Cristo.

2. La bienaventuranza del trabajo (v.2)

En el jardín del Edén el hombre recibió la instrucción de: fructificar y multiplicarse; llenar la tierra, sojuzgarla, señorearla” y labrar y guardar el huerto” (Gen.1:28; 2:15). Adán debía llenar la tierra con la gloria de Dios junto a Eva, debían procrear una descendencia para Dios sin la maldición del pecado, dominar la creación, expandir el huerto hasta lo último de la tierra y protegerlo. A este mandato se la ha llamado mandato cultural, generalmente llamamos cultura a las artes de alta esfera como la ópera, la poesía o el teatro, pero cultura básicamente “es lo que los seres humanos hacen del mundo”, es decir, es aquello que hacemos con lo que Dios nos ha dado en su creación. Dios da un mundo lleno de fibras y hacemos ropa, Dios da la madera y hacemos instrumentos, Dios habla y hacemos idiomas, Dios nos da las fuerzas de la naturaleza como la marea, el viento o los torrentes de agua y la transformamos en energía eléctrica. El Salmo 104:15 describe muy bien esta transformación el hombre tiene uvas y lo transforma en vino, toma vegetales y los transforma en aceite, toma el trigo y lo transforma en pan. Todos nosotros tomamos una materia prima de la creación y la transformamos. Así que, todos nosotros, somos parte de este mandato.

Lamentablemente, como ya sabemos, “el pecado entró al hogar” afectando todo el cosmos, incluyendo nuestra relación vertical con Dios y todas nuestras relaciones horizontales. El trabajo y todo lo relacionado al mandato cultural no quedo exento de este desastre: con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá…. Con el sudor de tu rostro comerás el pan” (Gén. 3:17-19)

Notemos que el trabajo no fue maldecido por Dios, sino el terreno en donde debía ejercer su labor, por ello es que experimentamos sequías, terremotos, inundaciones y hambrunas. El trabajo es algo que disfrutamos, pero también es algo en donde experimentamos la aflicción del pecado en nuestros miembros, viviendo en una constante tensión entre el disfrute y el dolor. Sin embargo, este Salmo nos muestra una reversión de las maldiciones del pecado en el huerto. El texto dice: “Cuando comieres el trabajo de tus manos, bienaventurado serás, y te irá bien. Si bien experimentamos aún dolor porque estamos este mundo, este Salmo nos dice que en lugar de reinar el dolor reinara la felicidad.

Por causa del temor a Dios depositado en nuestros corazones podemos disfrutar de cada aspecto del trabajo y deleitarnos de cada logro que obtenemos laboralmente por pura gracia de Dios. Muchos de ustedes han experimentado ese disfrute, porque está en nuestra naturaleza, hemos sido creados a la imagen de Dios, no fuimos creados para una vida contemplativa o de pereza, él es el trabajador por excelencia y cuando vio la obra de la creación dijo: “Esto es bueno en gran manera” (Gén. 1:31).

La bendición sobre el trabajo declarada en este Salmo es un aspecto más de la redención en Cristo, él “vino a salvar lo que se había perdido” (Lc.19:10), incluyendo la tensión que experimentamos en nuestros trabajos, por eso es que en la Cruz el llevo una corona de “espinas”, recordándonos que él pronto vendrá a redimir definitivamente esta tierra de cardos y espinos, las consecuencias del pecado, mientras tanto, el Señor nos da un adelanto de esa realidad declarando una nueva bienaventuranza: “seremos felices por el fruto de nuestro trabajo”, ya no trabajamos para nuestra propia autosatisfacción, para alimentar nuestra gula, codicia, anhelos pecaminosos de ser ricos, poderosos o famosos, hemos abandonado la pereza y trabajamos prioritariamente para la Gloria de Dios, ese es el motor que nutre nuestra excelencia laboral, además de proveer para nuestras familias y bendecir a otros. En Cristo, el trabajo no es una actividad alienante que nos esclaviza, sino que es la externalización de la adoración interna que rendimos a nuestro Señor, es un deber y un deleite, en el creyente no existe desconexión entre el domingo y los seis días de la semana, en cada uno de ellos adoramos.

Miremos por un momento lo que dice Eclesiastés 5:19: Asimismo, a todo hombre a quien Dios da riquezas y bienes, y le da también facultad para que coma de ellas, y tome su parte, y goce de su trabajo, esto es don de Dios”. Dios nos ha dado ojos para maravillarnos, oídos para escuchar el canto de las aves, tacto para acariciar la piel de nuestros hijos, olfato para oler los ricos aromas del bosque y nos ha dado papilas gustativas para disfrutar de las ricas comidas que disfrutamos en nuestros hogares. Es verdad, todo ser humano tiene estas facultades, hay muchos impíos que poseen trabajos extraordinarios, pero no todos realmente llegan a disfrutarlos en todo su potencial, porque todo disfrute verdadero nos lleva a Dios y la adoración. Dios es dueño de esta “bienaventuranza de lo cotidiano” y a él le ha placida darla a los que le temen. Sé que muchos de nosotros tiene especial afecto por las bienaventuranzas de Mateo 5, pero esta “bienaventuranza” de lo cotidiano, esta recuperación de la bendición del huerto del Edén es una misericordia que podemos rememorar día a día al sentarnos a la mesa, mientras aseamos nuestro hogar, mientras construimos, mientras enseñamos a nuestros hijos, mientras confeccionamos un sermón, mientras vendemos un insumo, en cada trabajo podemos recordar que contamos con su bienaventuranza y la confianza en su promesa que nos ira bien, esa es la misión que este Salmo hoy me impone ante ustedes, recordarles Is. 3:10: “Decid al justo que le irá bien, porque comerá de los frutos de sus manos”

Esta bienaventuranza excluye todo intento de ascetismo, el asceta piensa que por llevar una vida de abstinencia obtendrá el favor de Dios, pero eso es una distorsión del evangelio: Porque todo lo que Dios creó es bueno, y nada es de desecharse, si se toma con acción de gracias (1 Tim, 4:4). También excluye obtener nuestro sustento por el trabajo de otros, condenando cualquier corriente humanista que promueva vivir del trabajo de otras personas, el texto dice: “Cuando comieres el trabajo de tus manos”, esta bienaventuranza nos invita a abrazar el contentamiento, el texto no dice: “cuando tengas vacaciones en las Bahamas”, “cuando tengas una casa en la Dehesa”, “cuando tengas un Mercedes Benz”, dice: “cuando comas del trabajo de tus manos bienaventurado serás”, ¿Cuántas veces te has quejado por tu remuneración?¿Cuántas veces has deseado cosas que no necesitas y has olvidado esta bienaventuranza? Las cosas materiales pueden ser bendiciones, pero para quienes temen al Señor las bendiciones no son superiores que el Dios de las bendiciones, cuando te sientas frustrado porque no obtienes el ascenso que deseas, el trabajo que anhelas, mira tu mesa, recuerda las promesas del Señor y alábale por la provisión abundante que él ha derramado sobre tu vida.

Si en tu corazón has estado luchando con deseos materialistas ruega al Señor que en tu corazón reine el contentamiento cristiano, el cual no añade cosas a nuestras circunstancias, sino que quita de nuestros corazones los malos deseos. ¿Sientes que tu trabajo es en vano? ¿Qué trabajas y no estas satisfecho? Recuerda esto: “Sembráis mucho, y recogéis poco; coméis, y no os saciáis; bebéis, y no quedáis satisfechos; os vestís, y no os calentáis; y el que trabaja a jornal recibe su jornal en saco roto. Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Meditad sobre vuestros caminos” (Hg. 1:5). Hermanos, vuelve a meditar para quien trabajas prioritariamente, ¿Para ti? ¿Para tu familia? ¿Para darle status a tus hijos? ¿Para alcanzar el “éxito” efímero de los impíos? Teme al Señor, vuelve a sus caminos, trabaja primariamente para el Señor y por su Gloria, trabaja con integridad, diligencia y con el celo de las Escrituras. ¿No sabes cómo hacer tu trabajo? ¿Anhelas excelencia y no sabes cómo alcanzarla? ¿Luchas con las frustraciones laborales del día a día?

“El que ara para sembrar, ¿arará todo el día? ¿Romperá y quebrará los terrones de la tierra? Cuando ha igualado su superficie, ¿no derrama el eneldo, siembra el comino, pone el trigo en hileras, y la cebada en el lugar señalado, y la avena en su borde apropiado? Porque su Dios le instruye, y le enseña lo recto; que el eneldo no se trilla con trillo, ni sobre el comino se pasa rueda de carreta; sino que con un palo se sacude el eneldo, y el comino con una vara” (Is.28:24-27)

Las Escrituras, la revelación especial de Dios, no son un compendio de instrucciones sobre ingeniería, mecánica, botánica o de matemáticas, pero Dios mismo se ha encargado de dar instrucción a través de la creación, la revelación general. Aquí vemos la experiencia del agricultor, el Señor le enseña su oficio a través de la tierra, la semilla y la experiencia diaria, no olvidemos esto, Dios es Creador, pero también es el abogado original (1 Jn.2:1), el arquitecto original (Heb.11:10), él es el trabajador por excelencia. Por lo tanto, el agricultor temeroso de Dios escucha la voz del agricultor original en las materias primas que él ha dado, encontrando la sabiduría agrícola, trabajando la tierra, investigando, experimentando y perseverando en su oficio. Ese es el ejemplo que debemos seguir en todos nuestros trabajos, anhelar la sabiduría de Dios en nuestros quehaceres, no menosprecies el poder de Cristo en la restauración de la facultad de nuestro discernimiento, ruega a él para te capacite a realizar un trabajo de excelencia lleno de su gracia, cultiva el temor del Señor en tu vida, porque el principio de la sabiduría es el temor a Jehová (Pr.1:7) ¿Qué quiere decir eso en este contexto? Que toda nuestra manera de vivir sea hecha desde la perspectiva de Dios. Escucha lo que dice George Herbert: “Enséñame, mi Dios y Rey, en toda obra a ti verte, y lo que en toda cosa hago, ¡como para ti hacerlo¡”[2]. Que esa sea siempre nuestra oración.

3. La Bienaventuranza de la familia (v.3-4)

La intromisión del pecado en el Huerto del Edén también afecto nuestra relación matrimonial: habría permanente conflicto por el liderazgo y la mujer daría a luz con dolor (Gen.3:16). La “bienaventuranza de lo cotidiano” nos muestra que la redención en Cristo también viene a restaurar esas áreas.

El Salmista hace una analogía de la esposa como una vid que lleva fruto e hijos como olivos en su mesa. Esto no es una elección azarosa, había tres árboles importantes en la idiosincrasia judía: la vid, la higuera y el olivo, eran los árboles de la tierra prometida, del lugar de Dios preparado para su pueblo: “Porque Jehová tu Dios te introduce en la buena tierra, tierra… de vides, higueras y granados; tierra de olivosY comerás y te saciarás, y bendecirás a Jehová tu Dios por la buena tierra que te habrá dado (Dt. 8:7-10)

A través de estas metáforas Dios muestra a cada varón que la familia que Dios le ha dado es un campo, un huerto que él le ha dado para que lo labre a la manera de Adán, es Dios quien ha dado la vid y los olivos al hombre bienaventurado. Hermano amado, no sólo tienes la labor de cultivar tu campo laboral, sino también tu campo familiar, nadie más en el mundo tiene dicha ocupación, los pastores y labradores de tu hogar no son los ancianos o diáconos de la iglesia, tú tienes ese privilegio. En el mundo del Antiguo Testamento si alguien plantaba una vid significaba que se establecería en ese lugar: Y habitarán en ella seguros, y edificarán casas, y plantarán viñas, y vivirán confiadamente(Ez.28:26). La vid es un símbolo de paz y seguridad, allí el hombre bienaventurado construiría su hogar, en torno a su vid. Y precisamente eso es lo que sucede al hombre que halla esposa, deja de ser un olivo en la casa de su padre y madre para establecer su hogar junto a la mujer que Dios le ha dado.

La vid es símbolo de fructificación y disfrute, no solo produce uvas, también hojas, da sombra, conserva el suelo y es bella. Todas esas características nos ayudan a comprender lo que significa una esposa en la vida de un hombre: estabilidad, gozo y plenitud. De las uvas de la vid se produce el buen vino, símbolo utilizado constantemente en el Cantar de los Cantares para mostrar el placer sexual dentro del matrimonio como un regalo del Señor, es la exteriorización física del amor interno que los cónyuges poseen el uno para el otro en el pacto matrimonial (Ctn.7:12). Fruto de la bendición de la intimidad sexual tenemos hijos, los olivos descritos en el Salmo, y esto debía ser un motivo de esperanza para todo judío, pues de la simiente de la mujer, de la vid, vendría el Redentor (Gén.3:15), el olivo Salvador (Rom.11), nuestro Señor Jesucristo, así que, una vid fructífera era sinónimo se esperanza: Porque habrá simiente de paz; la vid dará su fruto(Zac.8:12).

La vid es una analogía perfecta para la mujer pues este árbol posee una raíz frágil, las Escrituras caracterizan a nuestras esposas como vasos frágiles (1 Pe.3:7), la raíz de la vid obtiene sostén al escalar hasta la superficie, pero para que una vid se desarrolle totalmente necesita ayuda para sostenerse, por lo que se le asigna un tutor, un madero vertical que permite que la vid ascienda y crezca, el tutor de cada esposa es su esposo, él es la cabeza del hogar, quien juega un rol primordial en el florecimiento de su cónyuge, maridos, ustedes son responsables ante el Señor de tomar a sus esposas de la mano y guiarlas hacia la vid verdadera que es Cristo, guíala hacia el temor del Señor, hacia la bienaventuranza de la belleza interna, eso no significa que ellas sean pasivas en la piedad, pero Dios te ha puesto en tu hogar como su tutor. Y amadas hermanas, aquí también hay un mandato implícito para ustedes, así como la vid se sujeta de su tutor para crecer, ustedes, sujétense a sus maridos (1 Pe.3:1), sométanse voluntariamente a la autoridad que Dios les ha dado, dignifiquen su rol siendo la ayuda idónea para su esposo, amándolo y respetándolo, aférrense a ellos como la vid se aferra a su tutor y sean uno en Cristo.

Los hijos caracterizados como olivos también nos dan grandes lecciones. Los olivos son arboles de hoja perenne de crecimiento lento, de hecho, la floración y el fruto del olivo solo aparecen después de 5 a 6 años de extenuante labor de cuidados y riego, así que, amados hermanos que están criando, sigue sembrando sobre tus hijos la preciosa semilla, que ha su tiempo obtendremos los frutos. Pero hay algo muy especial en estos árboles, son muy longevos, de hecho, pueden seguir produciendo fruto después de cientos y hasta miles de años, de hecho, el monte de los olivos donde nuestro Señor oró aún se conservan olivos de más de 2000 años de antigüedad. Esto no significa que nuestros hijos necesariamente vayan a vivir muchos años, pero sin duda nos habla del impacto a largo plazo que puede tener una descendencia para Dios, los años de crianza traerán fruto y bendición a tu familia, y también a tu nación. Jonathan Edwards junto a su esposa criaron 11 hijos, éstos y sus generaciones posteriores fueron claves para el progreso y prosperidad de toda una nación: del fruto de sus olivos salieron presidentes de colegios universitarios, profesores, abogados, jueces, médicos, profesionales de cargos públicos, senadores, alcaldes y gobernadores, todos marcados con el carácter de una familia temerosa de Dios. No quiero decir con esto que nuestros hijos deben ostentar grandes cargos, pero si es una muestra de que la crianza temerosa de Dios tiene frutos y también es una evidencia de que la familia ha sido, es y será siempre el núcleo de la sociedad.

Sigamos cultivando el huerto que Dios les ha dado, no importa cuanta oposición exista hoy al diseño establecido por Dios para la familia, el mundo podrá querer redefinir el concepto de familia, contar con la bendición del estado, de las ONGs, de las ideologías del mundo, pero jamás tendrán lo que nosotros tenemos: contar con la bienaventuranza y bendición de Dios a nuestro favor. Esa es nuestra garantía. Por otra parte, cuídate de la idolatría de la familia, tu identidad primaria no es ser esposo, esposa, padre o madre, tu identidad primera es ser “bienaventurado”, “redimido”, no somos salvos por estar unidos a una familia terrenal, sino por estar unidos a Cristo la vid verdadera, así que hermano soltero, viudo o divorciado, estas completo en Cristo. El Señor no lo quiera, pero ante la perdida de tu cónyuge o de un hijo sigues siendo bienaventurado, ellos son una bendición, pero no son la fuente de la bienaventuranza, tener hijos o nietos no te salva sino tener al Hijo de Dios como tu Redentor, lo vemos claramente en el ejemplo de Job, que ante la perdida total dijo: Yo sé que mi Redentor vive (Job 19:25). Ante la hecatombe recuerda estas maravillosas palabras del profeta Habacuc: Aunque la higuera no florezca, Ni en las vides haya frutos, Aunque falte el producto del olivo…. Con todo, yo me alegraré en Jehová, Y me gozaré en el Dios de mi salvación (Hab. 3:17-18)

4. La Bienaventuranza eterna (v.5-6)

Finalmente, el Salmista nos invita a observar que todas las bienaventuranzas provienen de una misma fuente: Sión, Jerusalén, hacia donde los peregrinos dirigían sus pasos, donde habitan las excelencias de todas las bienaventuranzas, pues en Jerusalén se encontraba el templo y el pueblo de Dios. ¿Hacia dónde nos mueven las Escrituras con esa descripción? “(Monte Sión) A la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial a la compañía de millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos” (He. 12:22-23). Este Salmo no nos está hablando de que la bendición de Dios hoy venga de una ciudad terrenal, como dice David Burt: “Sion, por lo tanto, ya no es un barrio de Jerusalén sino una realidad espiritual.”[3]

Recordemos que las Escrituras nos muestran que existen solo dos ciudades en este mundo y, por lo tanto, solo dos ciudadanías, la ciudad de Babilonia que representa este mundo terrenal y pasajero y la Jerusalén celestial, la ciudad eterna, de la cual nosotros somos ciudadanos (Fil. 3:20). En este siglo vivimos en Babilonia, donde el Señor ha exhortado a: “Edificad casas, y habitadlas; y plantad huertos, y comed del fruto de ellos. Casaos, y engendrad hijos e hijas; dad mujeres a vuestros hijos, y dad maridos a vuestras hijas, para que tengan hijos e hijas; y multiplicaos ahí, y no os disminuyáis. Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz” (Jer.29:5-7). El Salmo 128 no nos anima escapar de Babilonia sino a vivir en este mundo procurando su paz a través de las bienaventuranzas restauradas del Edén por Cristo, trabajando, formando una descendencia para Dios, pero, sobre todo, anhelando la implantación de la paz de la nueva Jerusalén, donde habita Cristo y su pueblo, la Sión celestial donde se encuentra la reunión de las 12 tribus espirituales (Ap.14:1), donde todos llevan la marca de Dios, el pueblo de los primogénitos que se compone de aquellos que en cada generación Dios ha llamado a ser parte de su pueblo, sea judío o gentil, a éstos, Dios les concede, en Jesucristo, la primogenitura, es decir, aquellos que están unidos al olivo de Dios que es Cristo, también son olivos (hijos) sentados a la mesa del Padre.

Es ahí donde todas las bienaventuranzas declaradas en las Escrituras dejan de ser vividas con la tensión del pecado, allí serviremos y trabajaremos para el Rey Siervo sin más dolor, sin cardos ni espinos, en donde la familia que trasciende, la familia de la Fe vivirá sin pecado, en donde cada uno de nosotros se sentará a la mesa y será servido por Cristo mismo: “Bienaventurados aquellos siervos a los cuales su señor, cuando venga, halle velando; de cierto os digo que se ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y vendrá a servirles” (Lc.12:37)

Cristo la vid verdadera servirá a la Iglesia y disfrutaremos de él para siempre. Lo que este Salmo nos muestra, es que en última instancia no fuimos diseñados solamente para trabajar, para tener esposa, hijos y una familia, fuimos diseñados para glorificar a Dios eternamente y gozar de su presencia para siempre. Esa bienaventuranza excede a cualquier placer que te pueda ofrecer un trabajo desde este lado del sol, la paz de la nueva Jerusalén es mejor, que los hijos, que los nietos, que nuestro cónyuge, que el buen sexo, que la vida misma, pues Cristo es mejor, en él hay bienaventuranzas infinitas de gracia que disfrutaremos por toda la eternidad: “Serán completamente saciados de la grosura de tu casa, Y tú los abrevarás del torrente de tus delicias. Porque contigo está el manantial de la vida; En tu luz veremos la luz” (Sal.36:8-9)

El olivo de Dios, bajo del cielo a buscarte, nos encontró en el exilio del pecado, pero por pura Gracia nos desarraigo del reino de Satanás injertándonos en él, la vid verdadera, plantándonos junto a corrientes de agua para dar fruto (Sal.1:3), Cristo el ciudadano perfecto de la ciudad celestial, murió en una cruz, fuera de Jerusalén para que nosotros habitemos en la nueva Jerusalén, pero no solo murió, sino que resucito y fue a preparar un lugar, una ciudad, de la cual él es arquitecto, en ese nuevo jardín del Edén seremos plantados para siempre (Sal.1:3) y viviremos tutelados firmemente por el árbol de la vida que es Cristo. Contemplando esta realidad, ¿Cuánto anhelo hay en tu corazón por estar en esa ciudad? Pero al mismo tiempo te pregunto ¿Cuánto anhelo hay en tu corazón por reunirte nuevamente con tus hermanos? Tu amor por tu Iglesia local es un parámetro exacto de tu anhelo por estar en la Jerusalén celestial, pues la Iglesia Local es una embajada, es una avanzada del reino de los cielos aquí en la tierra. Es ahí, en la familia de la fe, en la comunidad de los temerosos del Señor donde Cristo a través de su Espíritu derrama bendición y nos da un adelanto de las bienaventuranzas del cielo. ¡No menosprecies esa preciosa gracia! Somos su viña y pronto el amado, el Salvador de temor reverente (Heb.5:7) vendrá a buscarnos para que disfrutemos de sus amores por siempre.

  1. Juan Calvino, Institución de la religión cristiana, trad. Henry Beveridge, vol. I- III (Bellingham, WA: Tesoro Bíblico Editorial, 2020).

  2. David Atkinson, «PROVERBIOS», en Proverbios y Eclesiastés, trad. Pilar Florez, Comentario Antiguo Testamento Andamio (Barcelona: Andamio, 2010), 42–43.

  3. David F. Burt, En Busca de la Ciudad Eterna, Hebreos 12:1–13:25, vol. 136, Comentario Ampliado del Nuevo Testamento (Terrassa (Barcelona): Editorial CLIE, 1992), 123.