Salmo 129: “El difícil peregrinar del justo”.

Del texto que hemos leído quiero que podamos meditar en tres grandes asuntos:

1. Que el pueblo de Dios siempre ha sido perseguido.

2. Que Dios hará justicia a su pueblo.

3. Que Cristo refleja esa persecución y esa justicia.

Este salmo pertenece a una sección dentro del libro de salmos titulada “Cánticos de ascenso gradual”, que corresponde a los quince salmos que van desde el salmo 120 al 134. Se llaman “Cánticos de ascenso”, porque consistían en aquellos himnos que cantaban los miembros del pueblo de Israel cuando debían partir desde sus hogares y subir hacia la ciudad de Jerusalén, donde estaba el Templo o Tabernáculo, y en donde debían celebrar las fiestas establecidas en la Ley de Dios. Estos salmos eran esas canciones con las que se animaban en esos largos viajes, que, dependiendo de la lejanía en la que estaban sus hogares, podían tomar hasta semanas atravesando valles, desiertos y montañas. En ese tiempo no había vehículos o aviones, quizás los peregrinos de mejor situación podrían montar un animal de transporte, pero por lo general la mayoría de los peregrinos hacían el viaje a pie.

El texto que hemos leído, por tanto, es un himno que cantaban estos peregrinos para animarse en medio de este viaje. Y como hemos estudiado a lo largo de la serie, estos salmos también nos animan a nosotros, que también somos extranjeros y peregrinos sobre esta tierra, y también nos dirigimos a una Jerusalén, que no es terrenal, sino una Jerusalén Celestial.

Comenzamos con nuestro primer punto:

1. El pueblo de Dios siempre ha sido perseguido.

“Mucho me han angustiado desde mi juventud, Puede decir ahora Israel” (v.1).

Estos peregrinos cantaban algo que su pueblo había experimentado desde sus inicios. Israel, el pueblo al que Dios llamó para ser su especial tesoro, el pueblo del pacto, el grupo de personas que había sido convocada para ser reyes y sacerdotes sobre la tierra, fue un pueblo que siempre había sido perseguido.

Es necesario mencionar desde un principio que esta nación estaba compuesta por verdaderos y falsos creyentes. Había verdaderos creyentes, aquellos que tenían fe en el Señor, esperaban en sus promesas, y por esa fe en ese Cristo, en ese Mesías que vendría, eran salvos, y por lo tanto, sus vidas reflejaban frutos de justicia. Pero también en este pueblo había falsos creyentes, personas que no creían sinceramente en el Señor y que, por lo tanto, no podían obedecer sus mandamientos. Y aquí, cuando hablamos de este Israel, al que han perseguido, al que han angustiado, nos referimos a aquel pueblo compuesto por los verdaderos creyentes, por los verdaderos israelitas. ¿En qué me baso para decir esto? En lo que la Palabra de Dios declara: “no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos” (Ro. 9:6-7). Porque recordemos lo que dice el mismo apóstol a los Gálatas: “Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham” (Ga. 3:7).

Por lo tanto, cuando este salmo dice “Mucho me han angustiado… Puede decir ahora Israel” se está refiriendo al pueblo de Dios compuesto por todos sus creyentes verdaderos. Y como el Israel de Dios es aquel pueblo al que se añaden todos los que creen en Cristo, ya sea que hayan creído antes de su primera venida o que hayan creído en Él después de esa venida, usted y yo, si en verdad hemos creído en ese Jesús, como Señor y Salvador de nuestras vidas, somos contados en ese Israel de Dios, ese pueblo del Señor que es uno sólo. Recordemos que nuestro Señor Jesucristo es la puerta de las ovejas. Y Él tiene un sólo rebaño. No hay dos rebaños. Hay sólo uno, y Él es la única forma de entrar. El pueblo de Dios, ese Israel final, esa Iglesia que habla las Escrituras es pueblo de Dios por causa de su Redentor que es Cristo Jesús.

Ahora, este Israel, este pueblo del Señor, esta iglesia se identifica como un sólo cuerpo. “Muchos me han angustiado desde mi juventud…” No dice: “Mucho nos han angustiado”. Dice “no prevalecieron contra ”, no dice “No prevalecieron contra nosotros”. “Sobre mis espaldas araron”. No dice: “Sobre nuestras espaldas”. Siempre habla en singular. Como refiriéndose a sí mismos como si fueran una sola persona. Ellos debían ser un pueblo tan unido, tan afiatado, que cuando se les viera es como si vieran a una sola persona. Una de las cosas que el mundo debe identificar en el pueblo de Dios es su unidad. No estoy hablando de ecumenismo, eso es una unidad falsa. Estoy hablando de estar unidos en la Verdad, estar unidos en Cristo. Todos los salvados invocan el nombre del mismo Jesús. Entre ellos podemos decir, como si fuéramos uno sólo: “Mucho me han angustiado”.

Me han angustiado mucho, no ha sido poco. No ha sido por un momento, sino que ha sido desde mi juventud. El salmo quiere recalcar esto. De otra forma no lo repetiría dos veces. Cuando repetimos algo es porque queremos darle su debida importancia. Y ha sido desde su juventud, o en otras palabras “desde siempre”. No ha sido desde la juventud de los peregrinos. Ha sido desde la juventud del pueblo. Desde sus orígenes que este pueblo de Dios, esta iglesia de Dios, ha sufrido la más aguda persecución.

Ahora, ¿dónde podemos identificar los inicios del pueblo de Dios? ¿Desde cuándo hay un pueblo de Dios compuesto por verdaderos creyentes? De acuerdo a Hebreos 11, la fe por la que el justo vive se puede rastrear desde los orígenes del mundo. El primero que figura en Hebreos 11 es Abel, el hijo de Adán y Eva. Las Escrituras rastrean fe verdadera desde ese tiempo. Cristo mismo dijo que Dios vengará la sangre justa que ha sido derramada, “desde la sangre de Abel” (Lc. 11:51). Y es muy importante entender que donde ha habido fe verdadera, ha habido también oposición. Abel fue asesinado por su hermano, su sangre fue derramada en la tierra. Y con ello se dio inicio a un persistente y continuo conflicto entre aquellos que son de fe y aquellos que no son de fe. La sangre del pueblo de Dios ha ido regando la tierra desde aquel primer homicidio.

Jesús les dijo a aquellos que deseaban asesinarle: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio” (Jn. 8:44). El mismo Señor nos da a entender que aquella vieja e inagotable sed de muerte que han tenido los hombres contra los hijos de Dios, ha sido producto de su ascendencia diabólica. Desde un principio el diablo ha sido el capitán de las hordas de maldad que desean acabar con el pueblo de Dios mediante la censura, el oprobio, la tortura y la muerte.

Y para reflejar esa animosidad de los impíos contra los justos, el salmo utiliza una herramienta muy conocida para los peregrinos de su tiempo. Nos dice el salmo que los aradores araron sobre las espaldas del pueblo. El arado es una técnica de siembra que se utiliza en el campo, para labrar la tierra previo a sembrar. Aunque se puede arar con una picota de forma manual, el salmo nos da a entender que se hace referencia a una forma de arado un poco más avanzada. Consiste en un arador, una punta de hierro que es puesta contra el suelo y que es jalada por una yunta de bueyes. Esta punta en el suelo permitía hacer surcos o hendiduras en la tierra para poder abonarla y sembrar con más seguridad. La destreza del campesino era que la yunta de bueyes anduviera derecha para que los surcos sean derechos. Y para guiar a las bestias, el campesino debía tirarles y mantenerles derechos con unas coyundas, que eran cuerdas o sogas muy firmes con los que iban controlando la velocidad y la dirección de los bueyes.

Esta imagen es necesaria tenerla en mente a la hora de leer este salmo, porque nos dice “Sobre mis espaldas araron los aradores, hicieron largos surcos. Jehová es Justo; cortó las coyundas de los impíos”. Entonces, vamos completando los espacios. ¿Quiénes son los aradores? Los impíos, son los que tienen en sus manos las coyundas con las que dirigen la dirección de los bueyes que tiran de la picota que ara la tierra. ¿Cuál es la tierra en la que están haciendo surcos? La espalda del pueblo de Dios. ¿Qué es la picota? La persecución, tribulación, sufrimiento, oprobio, tortura, o cualquier cosa imaginada que daña al pueblo de Dios. Esta es la ilustración que el Señor, a través de este salmo, nos quiere dar sobre la persecución a su pueblo.

Los surcos que araron fueron largos. Las heridas producidas sobre los santos han sido de gravedad, el oprobio y rechazo contra los hijos de Dios ha sido significativo. Ha sido mucha la angustia que han tenido. Y ha sido sobre sus espaldas, que simbolizan el lugar donde los prisioneros recibían los azotes y los esclavos recibían grandes cargas para llevar. Las espaldas del pueblo de Dios han recibido una profunda herida que los aradores no han querido dejar sanar. Y con persecución, oprobio, rechazo o tribulación no me refiero a la justa condena que han recibido los falsos cristianos y falsos maestros. Muchas veces falsos creyentes y pastores de doble vida acusan que son perseguidos, pero lo que reciben no es persecución sino sólo las justas consecuencias de sus escándalos. Cuando hablamos de persecución nos referimos al escarnio gratuito que los impíos realizan sin causa contra los justos, con el afán de rebelarse contra Dios y su Palabra. Recordemos al Señor cuando dijo: “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia”, no por causa del pecado.

Muchos impíos se han turnado para tomar ese arador y rasgar las espaldas de los hijos de Dios. En la antigüedad fueron los egipcios quienes decidieron tomar el arado y guiar a los bueyes. Cuan rasgadas fueron las espaldas de José en la cárcel de Egipto. Y cuán pesados fueron los ladrillos en las espaldas de los hebreos. Cuán difícil debió haber sido ver a tu bebé de meses nacido siendo arrebatado y ahogado en el río Nilo. Hebreos nos dice que Moisés escogió ser vituperado con el pueblo de Dios antes que disfrutar de los deleites y las riquezas de los egipcios. Cuando el arador lo soltaron los egipcios, había una larga fila de naciones dispuesta a tomar su lugar. Filisteos, amonitas, edomitas, asirios, babilonios, persas y romanos, todos estaban deseosos de continuar extendiendo los surcos que el tirano anterior había dejado pendiente.

Y como si hubiera hecho falta aradores, muchos de los que se identificaban como pueblo de Dios también quisieron tomar esas coyundas. Muchos con la mano derecha daban gloria a Dios pero con la izquierda sujetaban con fuerza la picota. No olvidemos que fue el propio rey Saúl puso precio a la cabeza de David, que el rey Joacim encarceló a Jeremías, y que Acab persiguió a Elías. Estos reyes debían reflejar la justicia en el reino, pero perseguían a los únicos que en verdad la anunciaban.

El arado luego lo tomaron los judíos, quienes acusaban a los creyentes en Cristo de ser rebeldes al poder, les perseguían y les entregaban a las autoridades. Cómo no saberlo, si uno de sus principales terminó siendo nuestro hermano. Pero apenas los judíos soltaron los bueyes, de inmediato el César tomó su lugar. Posiblemente nadie ha sido más experto en confiscar, torturas y asesinar a cristianos que el César. Nerón, Domiciano, Diocleciano, y otros más, fueron los que con agudeza hincaban el diente de la picota contra los creyentes de ese tiempo, haciéndoles sufrir hasta lo sumo.

Y esto no se detuvo con la muerte del último apóstol. El mundo siguió arando sobre el pueblo. A veces se vestía de un gran poderoso, otras veces fue un príncipe, otras un papa, otras un líder revolucionario. Quién acaso no ha participado del tormento hacia los hijos de Dios. Cuantas cabezas de cristianos rodaron en la guillotina francesa. Cuántas almas padecieron en los campos de concentración nazis, soviéticos, fascistas, cubanos, africanos o norcoreanos. Cuántos cristianos han sido desechados por padres musulmanes, cuántos han sido fusilados por el extremismo islámico. Y esos dolorosos surcos no sólo los han ejecutado en los cuerpos, sino también en las conciencias de los justos, al vernos impedidos de predicar el evangelio con toda la libertad posible, llamando pecado al pecado y justicia a la justicia. Sean de izquierda o derecha, sean monarcas o guerrilleros, sean dictadores o anarquistas, los impíos no se cansan de arar largos y dolorosos surcos sobre las espaldas de la iglesia.

2. Dios hará justicia a su pueblo.

Como cierto es que el arado de los impíos no ha tenido reposo en la historia mundial, cierto es que Dios hará justicia. Dios no ha olvidado el sufrimiento de quien ha sido torturado por causa de su fe en Cristo. Y hace y hará justicia. Dios hace justicia a los justos cuando frustra los planes de los impíos. Podrán haber matado a muchos de nuestros hermanos, pero aquí estamos nosotros. Cuanto más se han propuesto callar, censurar, confiscar o eliminar al pueblo de Dios en la tierra, más son los que se entregan a Cristo. Cuanto más quiso Faraón reducir a los hebreos matando a sus hijos, más se multiplicaban. Aunque ahogaron a sus bebés en el Nilo, más fueron los egipcios ahogados en el Mar Rojo.

Cuanto más persiguieron a Elías y los profetas, más profetas de Baal caían avergonzados. Cuanto mayor fue la sangre derramada de los profetas, más ocupaban sus puestos. Qué sorpresa se llevaron de encontrar a Daniel vivo luego de haberle encerrado con las fieras salvajes. Qué sorpresa se llevaron cuando uno semejante al Hijo de Dios se bañaba con tres justos en aquella caldera hirviendo. Qué sorpresa se llevaba Saúl cada vez que escuchaba que David se había escabullido de sus manos.

Cuánto quisieron los judíos mantener a raya lo que llamaban una “nueva doctrina”, y aunque lapidaron a Esteban, el Señor añadía a su iglesia millares. Cuanto más quisieron callarlos con rechazos, burlas, torturas y asesinatos, la fe del pueblo de Dios permanecía en pie. Esos aradores impíos “no prevalecieron contra mí”.

Pero este pueblo no prevaleció por su cuenta, ni porque fueran muy fuertes o muy inteligentes. Si dependiera de ellos, no habrían durado nada. Esto lo reconoce otro salmo peregrino, el 124, cuando dice en su inicio: “A no haber estado Jehová con nosotros, Cuando se levantaron contra nosotros los hombres, Vivos nos habrían tragado entonces” (Sal. 124:2-3). El pueblo de Dios tiene victoria porque Dios la gana por ellos. Ellos no han prevalecido por su mano, sino por la mano de Dios. Y haber prevalecido no significa que ellos fueron salvados en el último momento de haber sido torturado o muerto. La mayoría tuvo que sufrir esas torturas y esas muertes. Más bien es el pueblo el que ha prevalecido. Desde el Antiguo Testamento que ha habido iglesia, y la sigue habiendo hasta hoy.

Dice el salmo “Jehová es Justo; cortó las coyundas de los impíos”. Como potente es leer que los aradores pasaron por encima de nuestras espaldas, potente también es el consuelo de saber que nuestro Dios es Justo. Podemos tener un consuelo en que habrá una justicia final, ejecutada no por un Juez corrupto, parcial y sobornado, sino por el Juez de los cielos, nuestro Dios. Él volverá la justicia donde siempre debió haber estado. Porque ninguna de las espaldas de los justos debió haber sido rasgada. Proverbios nos dice que la vara es para la espalda de los necios (Pr. 26:3), no de los justos. La persecución por tanto es una distorsión de la justicia. Pero Dios es Justo, y hará la debida justicia. Los malos serán condenados y los justos serán exaltados.

Dice el salmo que “Serán avergonzados y vueltos atrás todos los que aborrecen a Sión”. Quienes buscan la vergüenza de la iglesia, serán avergonzados. Los impíos vitoreaban cuando violaban a una mujer cristiana. Gritaban de alegría cuando asesinaban a padres a los ojos de sus hijos. Aplaudían con la horca, con la guillotina, cuando los leones despedazaban los cuerpos de los santos. Sus magullados cuerpos eran encendidos en antorchas humanas para iluminar la ciudad de Roma. Los impíos exhibían su grandeza cuando ponían la bota sobre la cabeza de los creyentes. Pero serán avergonzados. Serán vueltos atrás. Retrocederán todos los que odian a Sión. Hemos visto antes que Sión representa al pueblo de Dios en la Ciudad Celestial. Por lo que quienes odian a Sión, odian a la Iglesia.

Los impíos creían que nunca serían removidos de sus lugares, que sus crímenes serían impunes, que podrían salirse con la suya y jamás ser destruidos. Pero cada nación, rey, príncipe, noble, clérigo, rico y pobre, que ha arado las espaldas de la iglesia se ha encontrado con la justicia de Dios al final del pasillo. Piensa un momento, ¿qué es lo qué queda de Egipto? Sarcófagos, pirámides, azulejos. Son sólo recuerdos de su grandeza. ¿Qué pasó con Roma? Allá cayó en antaño por los bárbaros, de ellos sólo tenemos sus antiguos edificios. ¿Qué pasó con la unión soviética que torturaba a hermanos como Richard Wurmbrand? La plaza roja, el desfile del día de la victoria. Es sólo un recuerdo. Ellos pensaban que serían eternos, que su imperio no tendría fin, pero ahora no son más que un pálido recuerdo.

Y llegará el día, como dicen los salmos, cuando los justos mirarán la tierra y el impío ya no estará en ella. Así como el coliseo romano hoy es sólo un museo, así serán removidos los malos de esta tierra, dejando sus galerías abandonadas. Dice el Salmo 125:3: “no reposará la vara de impiedad sobre la heredad de los justos”. No habrá impío que viva en el cielo nuevo y la tierra nueva. El salmo 2 dice que los reyes de la tierra maquinan en cómo desatar las cuerdas que les unen al Hijo de Dios. Pero Él, Jehová, se reirá de ellos. Y aquí vemos por qué se ríe. Porque mientras ellos querían ser libres de la soberana justicia de Dios, lo único que Dios desatará son las coyundas con que ellos acostumbraban azotar a la iglesia.

La Biblia dice que todo hombre es como la hierba, y toda la gloria del hombre como flor de la hierba, y la hierba se seca y la flor se cae, más la Palabra de Dios permanece para siempre. La vida de todos nosotros es como la hierba que crece en el invierno y que se marchita en el verano. Pero notemos qué tipo de hierba son los impíos que asolan al pueblo de Dios. Dice que son como la hierba que crece en los techos, que se seca antes de crecer, y de la cual no se obtiene ningún fruto ni utilidad. No es cualquier hierba, es una que no sirve para nada. Todo el que ha limpiado su canaleta en el otoño se dará cuenta que en los techos, a causa de la humedad surgen cierto musgo y hongos, y si es mucha la humedad crece un pequeño pastillo. Bueno, como ese pasto ve el Señor de los cielos al más grande de los perseguidores de la iglesia. Esa hierba puede crecer en la altura de las casas, y creer que nada las arrojará de allí. Pero el sol del verano será secándolas y convirtiéndolas en una cosa inútil.

Recordemos las iglesias de Apocalipsis, cómo las iglesias más cercanas al Señor eran las más golpeadas, aquellas cuyos miembros habían sido empobrecidos por la confiscación de sus bienes, cómo algunos de ellos habían sido asesinados por los gobernadores. Pero ellos podían consolarse en que por sobre esos reyes que les atribulaban, estaba Cristo, el Rey, el que tiene la espada final. Y así nosotros, hemos estado recibiendo domingo a domingo, una comida espiritual abundante para prepararnos frente a censura, rechazo, discriminación, o posibles persecuciones, pero siempre teniendo en mente que Cristo es el Juez Final.

3. Cristo vivió la persecución y la justicia del pueblo de Dios.

Este salmo tiene un corazón, y es la frase del versículo 4: “Jehová es Justo”. Y desde esto quiero que pensemos un momento en lo siguiente. ¿Acaso alguno de los santos perseguidos eran justos por naturaleza? ¿Realmente podríamos decir que ellos no merecían ninguna de esas angustias? Recordemos al profeta Elías. Un gran profeta de Dios. Perseguido por Acab y Jezabel, a tal punto de desear morir a causa de las angustias que estaba pasando. Aún de este hombre, nos dice la Escritura, que estaba sujeto a pasiones semejantes a las nuestras (Stgo. 5:17). Recordemos un momento a David, aquel Rey conforme al corazón de Dios que fue perseguido por Saúl e incluso por su propio hijo Absalón. Sin embargo, ¿no es acaso el mismo David que había mandado matar a Urías, para quedarse con su señora?

Seamos claros. Ninguno de los santos en la Biblia puede decir que ha sido justo desde siempre. En todos ellos encontramos pecado. De sólo uno es posible concluir que ha sido vituperado, insultado, escupido, azotado y crucificado siendo totalmente justo. Su Nombre: Jesucristo, el Justo de Dios. Nadie de los presentes, ni de los nacidos de mujer, puede decir con toda propiedad que tiene una credencial perfecta como Cristo. Por el contrario, dice la Palabra, que todos nos hemos desviado, todos nos hemos hecho inútiles (Ro. 3:12). Tal como inútil es la hierba que crece en los tejados, así de inútiles y sin valor éramos cuando estábamos sin Cristo. Si no fuera por Jesucristo, tu destino sería el de aquellos que aran la espalda de los justos.

Hermano, no habría pueblo de Dios si no es por Cristo. Este Israel que dice que lo han angustiado, no podría existir, si no fuera por Jesucristo, su Señor. El justo vive por la fe en Cristo. No hay justo alguno fuera de Cristo. Cuando creemos en el Señor su justicia se nos es imputada, ¿qué significa eso? Que cuando en el Tribunal Blanco de Cristo busquen tus antecedentes, no encontrarán ese largo historial de pecados que te afligen, estorban y avergüenzan, sino por el contrario, encontrarán la hoja de vida de Jesucristo que estará a tu nombre. ¿De qué mal se le puede acusar a Jesucristo? No hay pecado en su Hoja de vida que le haga indigno de entrar en el reino de Dios. Y por la fe, no por obras, por la fe, esa Hoja de Vida de Jesús es la de su pueblo. Y por tanto, la persecución que recibe este pueblo, por causa de Cristo, no es contra ese pueblo solamente, sino que es contra Cristo mismo. Porque Él nos ha vestido de su Justicia.

Dios dijo por medio de Jeremías que el pueblo de Dios tendrá un nombre, ¿cuál es ese? “Jehová, Justicia Nuestra” (Jer. 33:16). El pueblo de Dios se identifica como quien está revestido de la Justicia del Hijo de Dios. El pueblo de Dios no tiene identidad sin Cristo, la identidad del pueblo de Dios es la Justicia de nuestro Señor.

Ahora, hay también una muy buena razón por la que este salmo ha sido escrito en singular. Hay una muy buena razón por la que este salmo dice: “Me han angustiado… Sobre mis espaldas araron… No prevalecieron contra mí”, como si hablase de un sólo hombre. Esa razón es que Cristo ha encarnado al verdadero Israel de Dios. En el principio, Dios creó a Adán y Eva como su pueblo, y los puso en el Edén bajo su gobierno. Ese era el reino de Dios en el principio. Adán y Eva eran su pueblo. Pero con el pecado, ese reino se perdió. Cuando ellos pecaron, dejaron de ser ese pueblo de Dios. Pero Cristo es nuestro segundo Adán, y a diferencia del primero, Él no pecó. Cristo toma el lugar del pueblo de Dios para restaurar ese reino que se había perdido.

Cristo es el verdadero Israel, es la conclusión que sacamos al leer Os. 11:1 y Mt. 2:13-15. Jesús es el Hijo de Dios fiel que fue llamado de Egipto. Y si volvemos al Salmo 129, con este en mente, podemos leer el salmo con los ojos de Cristo. Es Cristo Jesús, finalmente, el verdadero Israel, el que dice: “Muchos me han angustiado desde mi juventud”. Esto lo puede decir el Señor con toda propiedad, porque fue Cristo quien fue perseguido desde que nació. Herodes el Grande ordenó capturarlo y darle muerte, y por eso tuvieron que huir a Egipto. Durante su vida el Señor Jesús también fue perseguido. En varias oportunidades lo echaron de las ciudades, desde su propia tierra natal querían expulsarlo. En otras oportunidades tomaron piedras para lapidarlo. Y siendo la hora que Dios había determinado para su muerte, lo latigaron (“su espalda fue arada”) y luego fue crucificado.

Pero Cristo es el que puede decir con toda propiedad lo que dice el versículo 2: “Mucho me han angustiado desde mi juventud; Mas no prevalecieron contra mí”. El pueblo completo pidió su crucifixión, todos presenciaron su agonía en la cruz, es más, pidieron que una guardia romana custodiara el lugar de su tumba. Pero a todos el Señor pudo decir “No prevalecieron contra mí”. Sólo el Señor resucitado puede decir: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Co. 15:55). Los hombres escogieron la roca más pesada para dejar en el olvido el cuerpo de Cristo, sin estar en su presupuesto que ese Cristo se levantaría de los muertos en victoria.

La victoria de Cristo le dio potestad sobre todas las cosas, incluso Él es el que ejecutará el juicio de Dios: “Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre” (Jn. 5:22-23). Un día Cristo volverá y juzgará a las naciones. Todos comparecemos ante su divino Tribunal. Como dice este salmo en el v. 5: “Serán avergonzados y vueltos atrás todos los que aborrecen a Sión” y en el v. 8, nos dice que ellos son los que “no dijeron… Bendición de Jehová sea sobre vosotros; os bendecimos en el nombre de Jehová”. Por el contrario, ellos maldicen al pueblo de Dios como maldijeron a Cristo cuando estuvo en la cruz. Pero la Biblia nos dice en Ap. 1:7: “He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá: aun los que le traspasaron. Todas las tribus de la tierra harán lamentación por él. ¡Sí, amén!”. Todos aquellos que meneaban la cabeza y le decían “¡Bájate de la cruz!” verán como Cristo vendrá en las nubes con poder.

Cristo es el único que puede decir con propiedad que las naciones que persiguen a su pueblo son como la hierba en los tejados, puesto que Él será el que separará la cizaña del trigo y quien la quemará en el fuego. Cristo es quien ejecutará ese Juicio final contra todos aquellos que asolaron a la iglesia. El mismo Señor Jesús dijo: “El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán” (Jn. 15:20). El pueblo del Señor ha seguido la suerte de su Señor. Así como a Cristo persiguieron desde su nacimiento, así han perseguido a los santos desde el primero de ellos. Así como Cristo estuvo a prueba en el desierto por 40 días, así el pueblo estuvo a prueba en el desierto por 40 años. Así como Cristo tuvo que huir de muchas aldeas porque querían matarle, así Moisés tuvo que huir de Egipto por elegir el vituperio de Cristo. Así como no había lugar donde el Hijo de Dios recostara su cabeza, así David y los profetas perseguidos no lograban encontrar descanso ante las continuas persecuciones. Así como las espaldas del Hijo de Dios fueron rasgadas con el látigo de Pilato, así las espaldas de los profetas fueron aradas por los aradores impíos. Así como Cristo murió en la más cruenta cruz, así muchos de los santos pasaron por el río de la muerte por el gozo de estar con su Señor.

Ya de largo tiempo que hemos estado advertidos por medio de la Palabra, que debemos volvernos al Señor y estar firmes en medio de la persecución. Muchos hablan de una persecución que se viene, pero a veces no nos damos cuenta que esa persecución ya está en curso. Quizás no tengamos que padecer una persecución violenta, pero sí ya estamos padeciendo diversas censuras y rechazo. Nosotros no vamos a experimentar una tribulación diferente, nosotros sólo nos unimos a un pueblo que siempre ha sido perseguido. Por lo anterior, hoy necesitas volverte a Cristo de todo tu corazón. Jesús dijo en la parábola del sembrador, que así como la semilla que cae en los pedregales no echa raíces y no puede dar fruto, así son los que reciben la Palabra con gozo, creen por algún tiempo, pero son de “corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza” (Mt. 13:21). No seas de aquellos que hoy reciben la Palabra con gozo pero luego niegan al Señor cuando se les arrebatan su comodidad, sus bienes, su esposa, sus hijos o sus nietos. Sé de aquellos peregrinos que reciben la Palabra y dan fruto con perseverancia. Que el Señor nos ayude.