Salmo 130: Las cuatro estaciones del peregrino

Continuamos con la serie de Salmos Peregrinos. Recordemos que los Salmos comprendidos entre el 120 y el 134 se llaman canticos de ascenso, pues eran las oraciones que los peregrinos elevaban al Señor en medio de sus tres fiestas anuales. En esta ocasión nos encontramos con un Salmo que registra los progresos del alma del peregrino, el autor James Vaughan dice: Como el barómetro señala cuando el tiempo aclara o mejora, así este Salmo, frase tras frase, registra los avances de aquellos que caminan a la ciudad de paz.

1. Primera estación: Clamando desde lo profundo (v.1-2)

¿Cuál es tu problema más urgente? Medítalo por unos segundos. ¿Son tus deudas? ¿Una enfermedad? ¿Agobio laboral? Piénsalo por un momento. Si te dieran la opción de resolver tu problema más urgente ¿Cuál sería? Según un artículo de la ONU en el año 2018 los problemas más grandes de la humanidad son: el hambre, la desigualdad, la contaminación, el acceso al agua potable y los conflictos bélicos. Sería una necedad negar que algunos de estos problemas son realmente apremiantes, pero, en este listado ¿Identificas tu problema más urgente? Este Salmo pone en perspectiva estas cosas, pues son un eco de un problema mayor y más urgente: el pecado, esa es la tragedia más tenebrosa de la humanidad.

El problema del pecado en este Salmo y en muchos otros es descrito como estar en la profundidad del mar, en torrentes de iniquidad y es una analogía precisa sobre lo que hace el pecado en nosotros. El Salmo 69:2 describe al pecado como un cieno profundo en donde no damos pie, es un descenso sin fondo, las olas del pecado nos arrastran, inundan, ahogan y siempre nos llevan más allá de lo que pensamos. El pecado nos aleja de la comunión con Dios y de su pueblo por días, semanas y hasta años. Como “orgullosos” marineros creemos que estamos en control del mar de pecado, que podemos lidiar con él y domarlo hasta cierto límite, que podemos controlarlo, pero en realidad es el pecado el que siempre termina controlando nuestras vidas y direcciona el timón de nuestro corazón haciendo que vivamos a la deriva de la gracia, extraviados de la misericordia y el perdón.

Desde la tumba de pecado, el peregrino, al igual Jonás en el pez en el fondo del mar, sabe que solo Dios puede escucharle, no puede salvarse a sí mismo, sabe que el pecado es una fuerza tan dañina que cuando desea salir por sus propias fuerzas lo único que logra es hundirse más y más, está en una prisión de arenas movedizas. En la hora oscura del alma, el salmista inicia el clamor más urgente y transcendental: “Señor oye mi voz, estén atentos tus oídos a la voz de mi súplica”.

El peregrino se vuelve a Dios, para que Dios se vuelva a él. Clama sabiendo que no tiene nada que ofrecer, que no puede regatear por el perdón, no mira más a sus circunstancias, todos sus sentidos se enfocan hacia arriba en busca de una mano poderosa que lo pueda sacar de sus profundidades. Esa es la forma en que las Escrituras nos muestran que debemos clamar por perdón: “Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos (desde lo profundo), no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador” (Luc.18:10-13)

Estos dos hombres condensan a toda la humanidad en aquellos que confían en sus obras y aquellos que confían en la obra de Cristo. Las palabras del fariseo no son exactamente una oración, más bien es una descripción de un currículum moralista de autojusticia, es un hombre que proclama su “propia bondad” (Prov.20:6) se considera justo porque se compara con los demás. Sorprendentemente, para los fariseos de esa época y para los de esta época, la oración que Cristo recomienda es la del publicano, el verdadero perdón se obtiene colocando nuestro “yo” en el lugar correcto, él se reconocía pecador, no se comparaba con sus pares sino con la inalcanzable santidad de Dios, tuvo una verdadera visión de la Gloria de Dios y de su miserable condición, ese es el verdadero ABC del cristianismo salvador y por eso él descendió a su casa justificado. Como dice J.C Ryle: “Nunca comenzamos a ser buenos hasta que somos conscientes de que somos malos y lo reconocemos”[1]. Cuando leemos estos relatos creemos que son para otro tipo de personas no para nosotros, algunos quizás piensan, “yo ya hice eso, estoy para otras cosas”, pero como dice Jerry Bridges: El pecado del fariseo puede llegar a ser el pecado del más ortodoxo y comprometido cristiano. Si eres un peregrino que camina a la nueva Jerusalén esta es la oración que debes cultivar durante toda tu vida.

Quizás piensas que ya “no eres digno de pedir nada al Señor”, pero ¿quién lo es? No pienses jamás que no debes estar aquí, no digas que no puedes rogar a Dios porque “estas manchado” o “que no sirves para esto”, ¡nadie es competente¡. Todos venimos del mismo pozo profundo de desesperación, es Cristo quien hace la diferencia, él nos capacita y nos hace competentes. Quizás te cuestionas si él te escuchara, pero en el registro de la historia de la redención no existe algo así como un “cristiano desatendido por Dios”, el Sal. 22:5 nos dice “(Nuestros padres) clamaron a ti y fueron librados”. Ven tal cual estás, porque él te quiere así, tal como eres, sucio, roto, degradado, en bancarrota espiritual, arrójate a las promesas de Dios quien te dice que: “ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios” (Rom. 8:39).

Notemos algo interesante del texto, lo que está haciendo el peregrino es “invocar el nombre de Dios”, en el v.1 en original le llama Adonai (soberano) y en el v.2 la traducción original es Yahvé (él que tiene vida en sí mismo), y las Escrituras dicen: “Todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo” (Jl.2:32; Hch.2:21; Rom.10:13). ¿Acaso esta no es una buena noticia? Si Dios lo ha dicho, entonces es verdad, esta promesa esta en su Santa Palabra, invoca al Señor desde tus profundidades y serás liberado, no es preciso preguntar si puedes invocarle o no, si debes llenar papeleo o cumplir requisitos, las Escrituras dicen “Todo aquel”, es decir, cualquiera. Quizás ignoras como puedes ser liberado, pero eso no te debe preocupar, porque quien ha dado esta promesa sabe cómo encontrar los medios para realizarla, lo que te incumbe hoy urgentemente es “obedecer sus mandamientos”.

Si aún dudas si serás o no escuchado, conoce esto: eres atendido por Dios porque el Santo Hijo de Dios fue colgado en una Cruz, desde ahí clamo a su Padre, pero éste lejos de acercarse, se alejó de las palabras de su clamor siendo desamparado (Sal.22:1-2). Él experimentó la profundidad más insondable que alguien jamás haya sufrido, pues llevo el peso de mares de iniquidad. Entonces, no dudes, pues si lo haces colocas en duda el perfecto sacrificio de Cristo. Escucha estas palabras de ánimo y consuelo: “Invoqué tu nombre, oh Jehová, desde la cárcel profunda; oíste mi voz; no escondas tu oído al clamor de mis suspiros. Te acercaste el día que te invoqué; dijiste: No temas” (Lm. 3:55-57). ¡Oh, amados! Que tierno Salvador tenemos en Cristo, no temas, clama a él y él te responderá.

2. Segunda Estación: Pensando (v.3-4)

La anhelada mirada del Señor ahora está sobre el peregrino, quien ahora se encuentra en una encrucijada, el Dios que es Santo, Santo, Santo ha posado sus ojos examinadores sobre él. La palabra “mirar” tiene la idea de “observar diligentemente” haciendo un registro o acta judicial. En su omnisciencia, el Señor conoce lo más profundo de nuestro ser, es un atributo que los hombres odian porque ante él “todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Heb.4:13).

Él conoce todos nuestros pecados, los pasados, presentes y futuros, el Sal.90:8 dice: “todos nuestros yerros conocen la luz de su rostro”. Para Dios no existen pecados públicos o secretos, solo pecados, los árboles del Edén fueron incapaces de esconder el pecado de Adán y Eva, ningún ojo humano vio a Caín asesinar a Abel, pero si el ojo de Dios, David elaboró un malvado plan para esconder su pecado, pero fue descubierto, los ojos del Señor contemplaron el pecado de Acán, de Ananías y Safira, ¿tu podrás ser la excepción? ¿eres inmune a la mirada examinadora del Señor? Ante él nadie puede abrir su boca y sostenerse en pie, la mirada del Cordero es implacable y justa.

Nosotros creemos firmemente lo que proclama Rom. 8:31 que “si Dios es por nosotros ¿quién contra nosotros?” Pero si la situación es a la inversa, si Dios está en nuestra contra, entonces ¿en qué o en quién podríamos encontrar amparo? Si el salmo concluyera aquí no tendríamos esperanza. Sin embargo, el verso 4 tiene un bendito “PERO” lleno de esperanza para el pecador, “PERO en tí hay perdón” (v.4), este “PERO” provoca un punto de inflexión en la historia de todos los peregrinos.

El pecado siempre incurre en una deuda, la parábola de los dos deudores de Mt. 18, caracteriza a dos pecadores como deudores, por lo que el perdón es el resultado de una transacción, implica pagar un precio y todo pecado será castigado, para el Señor el pecado es serio y no hay posibilidad de amnistías, la deuda por tu pecado la pagas tú o un sustituto voluntario.

Mira lo horroroso de tu pecado que Dios puso a su Hijo en una Cruz, él se lanzó voluntariamente a nuestro mar de pecado sin ser pecador pagando la deuda infinita por nuestra maldad, con su perfecta vida de obediencia compro la gracia y con su sacrificio se convirtió en el exclusivo dueño del perdón de pecados. Así es, el perdón de pecados no le pertenece a algún sacerdote, papa o santo, el perdón es jurisdicción de Dios, él es el “Dios de los perdones” (Neh.9:17). Durante nuestro culto cantamos: “¿Qué me puede dar perdón? Solo de Jesús la sangre”. El Dios que odia el pecado puede también perdonarlo”, eso sí que es una buena noticia, esto sí que es el Evangelio. Col.2:13-14 nos da cuenta de que efectivamente existía un acta de nuestros pecados que nos era contraria, pero en el calvario Jesús la anulo, la quito de en medio y la clavo en la Cruz”, ya no hay memoria de tus pecados ante el trono celestial, si estás en Cristo, si has creído en el poder de su sangre has sido totalmente perdonado de tu maldad. Para consolarnos y animarnos el Señor nos dice que: ha sepultado nuestras iniquidades y echado en lo profundo del mar todos nuestros pecados (Mi.7:19).

Solo en Cristo y por Cristo es que podemos estar erguidos ante el Padre, por el poder del Espíritu somos transformados de gloria y gloria a la imagen del Hijo, es por eso que somos amados por Dios, él no puede amar lo imperfecto, pero él si ama al Hijo perfecto que es formado en nosotros. De aquí en más, como dice Richard Baker, esta debe ser nuestra oración: “No mires nada en mí, oh Dios, de lo que he hecho, sino que mira sólo lo que Tú has hecho en mí. Mírame en tu propia imagen (en la de tu Hijo)”.

No si a ustedes les llama la atención aquellos salmos que dicen: Examíname oh Dios” ¿Cómo es que esos hombres podían orar así? ¿Cómo es que David podía decir lo que dice el Salmo 139:23-24? “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad”. Solo alguien que ha depositado su fe en un sustituto perfecto por sus pecados puede orar así, y tú puedes hacerlo, sí has confiado en el poder de la sangre de Jesús.

¿Qué afectos tendrías por alguien que pague todas tus deudas financieras? Pues total gratitud, reconocimiento y alabanza. Entonces, ¿qué afectos deben brotar en nuestros corazones por el Dios que nos ha perdonado y resuelto el problema más urgente? La evidencia de que has sido perdonado es que vives en temor reverente ante el Señor, y eso también es una obra de gracia del Espíritu en nosotros: pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí (Jer. 32:40). Cristo no solo nos da su perdón, sino que nos regala su temor reverente para no nos apartarnos de él: Cristofue oído a causa de su temor reverente (Heb.5:7).

El temor del Señor es un escudo para nuestras vidas, es la fuerza que nos guía hacia su voluntad, nos hace disfrutar la dicha de la gracia como dice Prov.19:23 “es un temor que produce vida verdadera”, es un temor que hecha fuera todos los demás temores, es amar, servir y adorar a quien es digno. Temer a Dios “es aborrecer el mal (Prov.8:13), nuestros afectos han sido transformados, antes huías del Señor, ahora temes perderte una obra de su bondad, antes descendías más y más en las profundidades de tus pecados, pero ahora temes ser alejado del cielo de su presencia, temes adormecerte, temes no complacerle, temes ofenderle, temes hundirte nuevamente en lo profundo. Un perdonado, un temeroso del Señor, jamás usa su libertad como excusa para hacer lo malo (1 Ped.2:16), ahora somos siervos de Dios y el perdón que él otorga no conduce a la pereza, sino a la vida diligente de los redimidos. Nuestros méritos no sirven para nuestra salvación porque la gracia se opone a lo méritos, pero no se opone a nuestros esfuerzos, Pablo exhorta a Timoteo a “esforzarse en la gracia” (2 Tim.2:1), así que, aferrados a Cristo Jesús y su gracia somos capacitados para vivir una vida digna del Evangelio.

3. Tercera Estación: Esperando (v.5-6)

Nuestras oraciones no acaban cuando terminamos de hablar “esperar” es parte de la súplica. Lo que hagas después de tus oraciones dice mucho sobre el verdadero valor de tus peticiones. Tu vida después de cada oración, sermón o santa cena ¿es coherente con la intención de cada uno de esos medios de gracia? Si no vives en sintonía a la gracia recibida estas rogando por cosas que verdaderamente no esperas, si no aprendes a esperar en Dios y en sus promesas entonces el cristianismo no es para ti, porque a lo largo y ancho de las Escrituras Dios nos enseña que es prioritario aprender a esperar en él. Heb.6:15 nos muestra que el padre de la fe, Abraham, esperó con paciencia y recibió lo que Dios le había prometido, considera el Sal.22:4“en ti esperaron nuestros padres y tú los libraste”, no hay registros en las Escrituras de un creyente que no haya esperado en Dios o que haya esperado y haya sido defraudado. La fe de quienes nos han precedido se ha registrado en las Escrituras con un propósito: “para nuestra enseñanzaa fin de que, por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Rom.15:4).

Todos los creyentes del pasado nos enseñan que el secreto para esperar en el Señor hasta el fin no es creer una vez, sino que es seguir creyendo. En ocasiones pareciera ser que Dios se ha olvidado de sus promesas, pero él intencionalmente retrasa sus bendiciones para que nos mantengamos llamando a la puerta hasta que se abra. No seamos como los necios que arrancan el fruto cuando aun está verde, aguardemos pacientemente porque a su tiempo el fruto caerá por sí solo y será más placentero, dulce y saludable.

Cuando no estamos dispuestos a esperar pacientemente simplemente mostramos cuán desesperadamente necesitamos la disciplina de la demora, comprendamos que muy pocas veces el calendario del Señor se sincroniza con el nuestro, el cómo, el dónde y el cuándo de nuestra espera no nos pertenecen, eso es competencia de Dios. Martín Lutero decía: “hay quienes quieren dictar una meta, una forma, un tiempo y una medida acerca de Dios y sugerirle como es que desean que les ayude. Y si no sucede de esa forma, la desesperación les arropa”.

En este mundo estamos acostumbrados a que se nos atienda inmediatamente, la paciencia no es una virtud en nuestros días, pero en los Evangelios observamos como Jesús lidio con su pueblo haciendo que esperen en él y hoy lo sigue haciendo con nosotros. En su perfecto plan muchas veces nos deja sin ningún recurso para que solo acudamos a él, nos quita todas aquellas “muletas” en las cuales nos apoyamos llámese poder, relaciones, capacidades o dinero, para que entendamos que lo único que necesitamos es a él. Recuerda a Marta y María, rogaban para que Jesús atendiera prontamente a su hermano Lázaro que estaba enfermo, pero Lázaro murió y demoro días en llegar con ellos, o la historia de Jairo buscando a Jesús para que atienda a su hija, pero en el camino el Señor sano a la mujer del flujo de sangre, él intencionalmente, en varias ocasiones espero a que el problema se pusiera más grave para manifestar una gloria mayor, porque así él trabaja en nuestros corazones. ¿Hasta cuándo esperar? El Sal. 123:2 dice “hasta que Dios tenga misericordia de nosotros” No dejes de pedir, de buscar y de llamar a la puerta del buen Señor. ¿En qué hemos de sostener nuestra espera? El texto dice: “en tu Palabra he esperado”, son las promesas de Dios la que le dan contenido a nuestra fe y ellas son verdad, Heb.6:18 dice que “es imposible que Dios mienta”, su inmutable fidelidad es el “ancla” del alma que nos impulsa a continuar esperando.

El v.5 nos muestra como en el pasado el peregrino espero en el Señor y en el v.6 nos muestra que en el presente sigue esperando activamente como los centinelas esperan a la mañana. Los centinelas eran los encargados de proclamar “las buenas noticias al pueblo”, como la victoria en una batalla o el nacimiento de un heredero al trono, pero también eran guardas de la ciudad advirtiendo al pueblo de cualquier peligro nocturno. Durante la larga noche no podían dormir, no podían dejar su lugar, en las horas más oscuras debían mantenerse vigilantes, erguidos, guardando la ciudad a la espera del alba, esos rayos de luz eran su esperanza y descanso, pues al amanecer todas las amenazas y temores de la densa oscuridad eran disipadas por los rayos del sol. De la misma manera, el peregrino espera que Cristo, el sol de Justicia, quite sus tinieblas, le otorgue reposo de la dura vigilia, le brinde verdadero gozo y libertad. Debemos comprender que ninguna noche, ninguna espera dura para siempre: “la noche oscura del alma siempre da paso al brillo de la luz del mediodía de la presencia de Dios”. (R.C Sproul).

La espera puede ser dura, pero jamás lleva a la desilusión, Dios obra en aquellos que esperan en él, la espera en lugar de angustiarnos nos renueva, nos fortalece, nos transforma: “los que esperan en el Señor, renovarán sus fuerzas; levantarán alas como águilas; correrán y no se cansarán; caminarán (hacia Jerusalén) y no se fatigarán” (Is. 40:31). Lm. 3:26 dice: “Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor”. Espera sin quejas, sin murmuraciones, sin vacilar en las promesas de Dios, te invito a que no te bajes de tu torre de vigilancia, no dejes el aposento alto de la oración, porque el Señor no tardara, aguarda con paciencia y atención a sus promesas, pues tenemos “la palabra profética mas segura, a la cual hacéis bien en estar atentos (como un centinela) como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones” (2 Pe. 1:19)

IBGS como dice el Sal. 27:14 que cantamos hace un momento “Aguarda a Jehová; esfuérzate, y aliéntese tu corazón; sí, espera a Jehová (27:14)

4. Cuarta estación: Predicando (v.7 y 8)

El peregrino, como buen centinela, ahora proclama “buenas nuevas”. Antes estaba en lo profundo, pero ahora él exhorta a todo el pueblo a esperar en Dios ¿y que esperaban al subir a Jerusalén?: “perdón de sus pecados”. Cada peregrino junto a su familia subía a Jerusalén a las 3 fiestas anuales, y en la fiesta de la pascua llevaban o compraban el mejor macho cabrío o cordero del ganado, un animal sin defecto sobre el cual el sacerdote pondría sus manos imputando sobre él el pecado de los peregrinos. En los pensamientos del camino, en las meditaciones nocturnas, rogaban al Señor para que por medio de la expiación de ese animal sus pecados fueran efectivamente perdonados, pues sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados (Heb.9:22); era un peregrinaje que requería verdadera fe.

La esperanza de los peregrinos era hallar un sustituto perfecto y suficiente, pero la realidad es que ningún animal por perfecto que fuese, podía sustituir al ser humano. La única muerte que podía satisfacer la demanda de justicia divina era la del mismo Dios, por eso la segunda persona de la trinidad, se humanó, vivió una vida perfecta y se ofreció en nuestro lugar como nuestro cordero pascual, como dice John Stott en aquella Cruz: “el amor divino de Cristo triunfo sobre la ira divina mediante su sacrificio divino”. En él creían estos peregrinos, esperaban el cumplimiento de la promesa de la simiente de la mujer de Gén.3:15, en un punto de la historia aparecería un hombre perfecto, nacido de mujer y nacido bajo la ley para redimir a los que estaban bajo la ley (Gá.4:4-5).

Los sacrificios del Antiguo Pacto eran provisionales y simbólicos, la aparición de Cristo y su sacrificio fue concluyente, decisivo, real, único, hecho una vez y para siempre (Heb.7:27). Uno de los efectos del pecado es estorbar nuestra comunión con Dios y la perdida de esa comunión nos hace sentir que nos hace falta otro sacrificio, eso sucedía con los peregrinos, ellos año a año debían volver a Jerusalén, pero para nosotros no es así, el sacrificio de Jesús basta para cubrir todos nuestros pecados, basta para darnos entrada permanente a la presencia de Dios. En aquella Cruz Cristo sufrió millones de infiernos al hacerse pecado por nosotros, en ese preciso momento el Padre sí estaba ante el Hijo en la Cruz, pero por vez única, no estaba en su favor, sino en su contra colocando sobre él el peso de tu maldad. Esa es la razón por la cual su sacrificio es de valor infinito, permanente y de efecto eterno, porque nuestro Cordero Pascual bebió completamente la copa de ira que era para nosotros. Por eso el texto, anunciando el sacrificio del mesías, dice: Porque en Jehová hay misericordia y abundante redención con él” (v.7), el sacrificio de Cristo puede salvar millones de adanes en millones de universos.

Si para el peregrino de este Salmo era suficiente esta breve sinopsis de la salvación a través del sacrificio de animales, cuanto más lo debe ser para nosotros que somos creyentes del nuevo pacto: “Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos… santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo” (Heb. 9:13-14). La sangre de esos animales no tenía el mismo valor y efecto que la sangre de Jesús, no podían limpiar nuestras conciencias, pero sí la sangre de Cristo. Es verdad que en esencia tenemos la misma fe del peregrino, pero nosotros tenemos una fe más informada, tenemos mejor equipamiento en el Nuevo pacto, mejores herramientas para vivir la vida del Espíritu, pues la sangre de Cristo es mejor.

El texto termina con una sublime declaración: Y él redimirá a Israel de todos sus pecados (v.8). El pecado de Adán abundo terriblemente, absorbió a generaciones completas a la muerte, contaminó todo nuestro ser, convirtiendo aún, nuestras justicias en trapos de inmundicia. Pero como dice Spurgeon: “!Que gran abismo es la gracia de Dios¡ ¿Quién puede medirla? ¿Quién puede llegar hasta el fondo? Es Infinita”. La redención del Señor es más grande que cualquier profundidad, que cualquier mar de pecado, si piensas que la gracia de Dios ha caído escasamente sobre ti, ten la certeza de que la más pequeña gota de su gracia es una fuente eficaz para salvarte.

Rom. 5:20 es verdad por el sacrificio de Cristo:“donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”, el pecado y la gracia no son dos fuerzas iguales, su gracia es mayor. Las personas que han tenido cáncer y han entrado en remisión, es decir, han desaparecido o disminuido los signos y síntomas del cáncer, permanentemente deben ir al doctor a realizarse exámenes para monitorear su estado. Viven con el constante temor de que en cualquier momento el cáncer pueda volver con fuerza y tomar dominio de su cuerpo.

El pecado es peor que el cáncer, pues mata el cuerpo y el alma, pero en Cristo el pecado está en total y plena remisión, ya no tomará más dominio sobre nuestros corazones. Nuestro Señor solo se ha preocupado de la enfermedad del pecado, sino también de los síntomas, secuelas y cicatrices que nos haya provocado. Entonces, ¿Quién puede esclavizarnos? ¿Quién tiene derecho sobre nosotros? Nadie, excepto quien nos compró con su sangre, nuestro legítimo y amado Redentor.

Al igual que el Israel de ese tiempo nosotros también estamos a la espera ¿De qué? De nuestra glorificación (2 Co.1:10); de la segunda venida de Jesús (Fil.3:20); de cielos y tierra nuevos (2. Pe.3:13). ¿En qué nos basamos para esperar todas esas cosas? En la misma base del peregrino: “que en Jehová hay misericordia y abundante redención con él”, en su segunda venida él completara su redención, según Rom.8:22-23 él escuchara los profundos gemidos de la creación y de los peregrinos del nuevo pacto quienes esperan la nueva Jerusalén, la adopción y la redención de nuestros cuerpos.

Se acerca el día en el cual amarás a Dios plenamente. Se acerca el día en el cual siempre harás lo que a Dios le agrada. Se acerca el día en el cual ya no habrá más tentación, no habrá más lucha ni pecado. Se acerca el día en el cual ya no tendrás que pedirle a Dios que te perdone otra vez, porque serás como Jesús. Se acerca el día en que ya no habrá más esperas, ni clamor, llanto, muerte o dolor y toda lágrima será enjugada (Ap.21:4). Estaremos en la ciudad de Dios en la nueva Jerusalén y junto a millares de redimidos entonaremos un nuevo cantico: “con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra” (Ap.5:9-10)

Mientras esperamos esa realidad, ¿Qué hacemos? Como diligentes centinelas proclamamos la verdad del evangelio en nuestra ciudad, en las plazas, en las calles, en nuestros trabajos, trayendo a otros pobres, mancos, cojos y ciegos necesitados de la gracia, diciéndoles que aún hay lugar en la mesa del Señor (Lc.14.22) pues su gracia es suficiente.

  1. J. C. Ryle, Meditaciones sobre los Evangelios: Lucas, trad. Elena Flores Sanz, vol. 2 (Moral de Calatrava, España: Editorial Peregrino, 2002–2004), 297.