Por Álex Figueroa

Texto base: Apocalipsis cap. 12

En el mensaje anterior vimos cómo el Reino de Dios se establecía con victoria, imponiéndose ante todos los reinos humanos, todas las torres de babel que el hombre ha creado y creará, intentando instaurar su gobierno sin tener en cuenta al Señor.

Al toque de la 7ma trompeta, se anuncia que todos los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo, y que éste reinará por los siglos de los siglos.

Vimos que la venida de este Reino es esperada por su Iglesia fielmente. La actitud de su pueblo, de los redimidos por su sangre, es de una expectación por la venida de este Reino que pondrá fin a la maldad, al dolor y la muerte, y establecerá la verdadera justicia, paz y libertad, y que no tendrá fin.

Esto provoca la ira de las personas no redimidas, que siguen siendo enemigas de Dios en su mente. Pero esta oposición no impide el establecimiento de este Reino glorioso y la comunión del pueblo de Dios con su Señor.

Con la prédica pasada terminamos el ciclo del libro de Apocalipsis caracterizado por las 7 trompetas. Recordemos que en el Apocalipsis se dan ciclos paralelos que nos hablan de eventos que ocurren en el mismo espacio de tiempo, pero relatados desde distintas perspectivas y con distintos énfasis.

Hoy iniciamos un nuevo ciclo, en el que veremos a la Iglesia del Señor siendo protegida en medio de una férrea persecución.

Tengamos en cuenta que este capítulo habla simultáneamente de realidades que ocurren en el cielo y de sucesos que tienen lugar en la tierra, y se refiere a cosas que todavía no se han consumado como si fueran hechos pasados. Por lo mismo, debemos estar muy atentos para recibir lo que el Señor tiene por decirnos en este pasaje.

I. La Victoria del Hijo (vv. 1-6)

El Apóstol Juan llama nuestra atención a lo que llama una “gran señal” que ve aparecer en el cielo. Una vez más tengamos en cuenta lo grandioso y terrible de la señal que ve Juan. Si se nos dice que esta mujer estaba en el cielo, con vestida con el sol, con la luna bajo sus pies y coronada de estrellas, es claro que el lenguaje usado es simbólico, y que para entender debemos interpretar qué significa cada elemento de esta visión.

La mujer es una figura recurrente en la Biblia para referirse al pueblo de Dios. En pasajes como Ezequiel cap. 16 el Señor se refiere a su pueblo como una mujer, lo que queda muy claro en Efesios cap. 5: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella, 26 para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, 27 a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada” (vv. 25-27).

En esta mujer vemos la comunidad del pacto, el pueblo de Dios en todos los tiempos, y vemos que la visión nos presenta a este pueblo en unidad: una sola mujer antes y después del nacimiento de este hijo que triunfará. Ese hijo, como veremos y el texto lo deja claro, es Cristo, quien nació del pueblo judío, los descendientes sanguíneos de Abraham, pero en Él se revelaría que los verdaderos descendientes de Abraham son aquellos que tienen fe en Cristo. A este pueblo, entonces, se incorporan todos aquellos que sin ser judíos, creen en Cristo y se arrepienten de sus pecados para una vida nueva, entregada y consagrada a Él.

Entonces, insistimos, esta visión nos aclara que el pueblo de Dios es uno solo, representado por esta mujer, y está compuesto de todos quienes creen en Cristo. Aclaramos esto porque hoy muchos dividen el pueblo de Dios entre judíos y no judíos, estableciendo destinos distintos para cada grupo. Pero contrario a eso, sostenemos junto con la Biblia que el Señor Jesucristo es nuestra paz, y que de ambos pueblos hizo uno (Ef. 2:14).

A este pueblo de Dios compuesto por personas de todas las razas, tribus, lenguas y naciones, la Biblia también lo llama “Iglesia”, y es la que se ve representada en esta mujer.

Ahora, pensando en los símbolos del sol, la luna y las estrellas, debemos tener en cuenta que todos estos elementos nos hablan de la gloria de la Iglesia, su naturaleza celestial.

El sol nos habla de la justicia y santidad de la Iglesia. Se nos dice que el Señor se viste con la luz (Sal. 104:2 “El que se cubre de luz como de vestidura”), para indicarnos su justicia y santidad. Cuando se habla del justo, la Palabra nos dice que “… la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va aumentando en resplandor hasta que es pleno día” (Pr. 4:28).

Se ha dicho que la luna representa los cambios de los tiempos y estaciones. Aun hoy se utiliza el calendario lunar. Al estar la mujer con la luna debajo de sus pies, se nos está diciendo que la Iglesia prevalecerá más allá de los tiempos, que no podrá ser destruida a lo largo de los siglos.

Además, se nos muestra coronada de 12 estrellas. Una vez más vemos el uso simbólico de los números en este libro de Apocalipsis. El 12 es el número del pueblo de Dios. 12 tribus de Israel, 12 Apóstoles, este número es la descripción de la nación santa, del pueblo adquirido por Dios.

Se nos dice que esta mujer estaba embarazada, con dolores de parto y con la angustia del alumbramiento. Esto nos habla del sufrimiento del pueblo de Dios antes de la venida de Cristo, donde ya enfrentaba la oposición de Satanás, quien siempre ha querido frustrar los planes y propósitos de Dios, y siempre ha odiado y combatido a quienes se mantienen fieles al Señor.

El v. 3 nos habla de otra señal que apareció en el cielo: un gran dragón escarlata, espantoso, con 7 cabezas y 7 coronas, además de 10 cuernos. Más adelante se nos dirá que este dragón es Satanás.

Una vez más vemos el uso simbólico de los números. En conjunto, esta visión nos dice que Satanás conquistó el mundo y ejerce un gobierno sobre él, por lo que la Biblia le llama “el príncipe de este mundo”. Luego del pecado de Adán, el diablo usurpó la autoridad que éste tenía sobre el mundo, y gobierna sobre imperios mundiales, autoridades, movimientos políticos, filosóficos e intelectuales.

Sin embargo, por lo que nos revela la misma Escritura, sabemos que este poder está limitado y es temporal. Es simplemente aparente, tiene fecha de vencimiento, y la Iglesia puede estar confiada en que el Señor es quien verdaderamente está en control de todas las cosas. Como nos dice Kistemaker, “el diablo ejerce terrible poder; sin embargo, los santos en el cielo y en la tierra saben que su poder llega a su fin en la consumación. Pueden cantar alegres a Jesús porque éste domina en forma soberana”.

Pero este dragón maligno y espantoso ha tenido una influencia muy dañina. Se nos dice que su cola arrastró a la 3ra parte de las estrellas del cielo, lo que quiere decir que con su obra engañosa y su tentación, hizo caer consigo a una parte de los ángeles del Señor, los que conocemos como ángeles caídos. Se nos dice que fue 1/3 de los ángeles, lo que es incalculable, pero también nos indica que la mayor parte de los ángeles permaneció fiel al Señor.

El propósito de este dragón es verdaderamente terrible: devorar al hijo recién nacido de la mujer. Pensemos por un momento en lo horrible de la visión: un dragón espantoso esperando que esta gloriosa mujer dé a luz para devorar a su hijo. La imagen es terrible y repugnante, y nos revela el odio inmenso de Satanás hacia el Señor Jesucristo.

Pero, ¿Esta enemistad entre la mujer y satanás es nueva? No, esta enemistad estaba ya profetizada en Génesis: “Haré que tú y la mujer sean enemigas, lo mismo que tu descendencia y su descendencia. Su descendencia te aplastará la cabeza, y tú le morderás el talón” (Gn. 3:15).

Satanás siempre ha querido eliminar a los descendientes de Eva que quieren ser fieles al Señor. Bajo la influencia de satanás, Caín mató a Abel, cuyo sacrificio había agradado a Dios. Faraón esclavizó y quiso matar a los israelitas, Saúl quiso matar a David, y Herodes mandó a asesinar a todos los niños nacidos en los días próximos al nacimiento de Cristo. Satanás siempre ha intentado frustrar los propósitos de Dios que se desarrollan a través de la mujer, su Iglesia, su pueblo.

Debes saber, hermano amado, que desde el momento en que naciste de nuevo en Cristo, cuentas con un enemigo histórico, que te odia y desea tu destrucción, porque odia a tu Padre Celestial. Mientras eras un no creyente, este dragón era tu príncipe y tú hacías lo que él quería. Pero una vez en Cristo, habiendo pasado del reino de las tinieblas al Reino de la luz admirable, este dragón que era tu príncipe ahora es tu enemigo, y hará todo lo posible por engañarte y para hacerte caer, y te mentirá sobre Dios, sobre su Palabra y sobre ti mismo.

Pero nuestro Dios es infinitamente más poderoso para guardarte en su mano, de donde nadie te puede arrebatar. Ahora, cuidado, esto no significa que puedas subestimar a satanás. Por el contrario, sólo en el poder de Dios y en comunión con Él es que podemos combatirlo. Y en ese contexto es que se nos dice: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Stg. 4:7).

El v. 5 nos habla de la venida de Cristo y su ascensión a la gloria. Se menciona muy brevemente, pero su aparición es decisiva y es el elemento clave de todo el pasaje. El Mesías nace del pueblo de Dios, se hace hombre, nace de una madre israelita y temerosa de Dios. Es el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento que nos hablaban de la venida de este Hijo: “Por tanto, el Señor mismo os dará una señal: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel” (Is. 7:14).

Se trata de la esperada aparición del ungido, del Rey que gobernará todas las naciones, que librará a su pueblo de las tinieblas y la esclavitud del pecado y de la muerte, es realmente un acontecimiento central en la historia de todo el universo. Aunque ahora vemos que los no creyentes gobiernan y las naciones sin Dios avanzan, un día todos ellos, naciones y reyes, deberán arrodillarse ante el Rey de Reyes y Señor de Señores, y confesarán que Él es Señor. Ese día glorioso llegará, y nosotros lo esperamos.

Los planes del dragón son frustrados, porque no puede devorar a este niño. Es arrebatado, sabemos que por el Padre, y es llevado triunfante al Cielo desde donde gobierna, hasta que todos sus enemigos sean puestos bajo sus pies.

Al ascender Cristo, la mujer fue llevada al desierto a un lugar que Dios le había preparado para ser sustentada por 1260 días. Recordemos que este es el mismo tiempo que tenían los 2 testigos para dar su testimonio, y es el mismo tiempo que tenían los gentiles para pisotear el patio del templo. Esto nos confirma que estos 1260 días representan el tiempo entre la ascensión de Cristo y su segunda venida. Es el mismo tiempo que, como veremos, la bestia tiene para blasfemar el nombre de Dios y ejercer autoridad. El diablo, entonces, ha recibido el mismo tiempo que la iglesia en la tierra.

La Iglesia huyó al desierto a un lugar que Dios le tenía preparado. Esto nos recuerda los 40 años del pueblo de Israel en el desierto. También nos recuerda la huida de Elías al desierto, y el ministerio de Juan el Bautista. El desierto, entonces, se relaciona con 3 ideas: a) es un lugar donde el pueblo de Dios es dependiente de Él y su provisión; b) es un lugar transitorio, lo que nos dice que la Iglesia está de paso por este mundo, y c) es un lugar en el que Dios sustenta y prepara a su pueblo.

El Señor permite la persecución de su Iglesia, pero nunca llega a ser aniquilada totalmente.

II. La guerra en el Cielo (vv. 7-12)

La ascensión de Jesucristo nos traslada hacia el Cielo, donde se comienza a librar una batalla decisiva. El Apóstol Pedro nos dice que Cristo “… subió al cielo y tomó su lugar a la derecha de Dios, y a quien están sometidos los ángeles, las autoridades y los poderes” (1 P. 3:22). Su entrada triunfante al Cielo fue una conquista de los principados y potestades que le pertenecían, y que estaban siendo reclamadas por satanás.

Ahora, ¿Por qué satanás fue expulsado del Cielo? Recordemos que antes de esto satanás podía presentarse delante de la presencia de Dios, como lo vemos en el libro de Job (Job 1:6). El también acusó al sumo sacerdote Zacarías, y lo hizo en la presencia del Señor (Zac. 3:1-2). Por eso el Señor Jesús anticipaba este momento que iba a ocurrir con su victoria, diciendo luego de haber enviado a sus discípulos a predicar y hacer milagros: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo” (Lc. 10:18).

Pero una vez que Cristo entra glorioso al Cielo habiendo consumado su obra, mediante su sacrifico hecho una vez para siempre por los suyos, satanás ya no puede seguir acusando a los escogidos de Dios, y es expulsado estrepitosamente del Cielo. Es imposible que satanás siga allí. Por eso Kistemaker dice certeramente: “Cuando Jesús ocupó el puesto al que tenía derecho en el trono de Dios, Satanás y sus ángeles perdieron su lugar en el Cielo”.

El arcángel Miguel es mencionado en el Antiguo Testamento, como protector del pueblo de Dios (Dn. 10:13,21). Su nombre significa “¿Quién como Dios?”. Es este arcángel el que vence a los ángeles caídos, y lo hace en el poder de Dios. Su mismo nombre desvía la gloria de sí mismo y se la da al Señor.

Esta victoria da lugar a un himno en el Cielo (vv. 10-12). Los santos redimidos y los ángeles celebran la victoria de Cristo y la derrota segura de satanás. Y un aspecto principal de la celebración, es que el acusador de los hermanos ha sido expulsado. Dice que los acusaba día y noche, era una función en la que invertía toda su fuerza y empeño. Pero el Señor no es como algunos dibujos animados, que tienen en un oído un ángel bueno y en el otro un demonio, que los tratan de influenciar hacia el bien o hacia el mal. Cristo, el intercesor y mediador, el abogado de los cristianos, ha venido a sentarse en su Trono a gobernar, ha consumado su obra, el acusador ya no puede estar ahí.

El diablo y sus ángeles ya no tienen lugar en el Cielo. No pueden entrar, no pueden ejercer su obra acusadora hacia los hijos de Dios. El Señor ahora sólo ve a Cristo intercediendo en lugar de su pueblo. Sólo puede escuchar las alabanzas, la adoración, las acciones de gracia y las confesiones de su pueblo. Satanás y sus ángeles son confinados a la tierra, donde ahora se dedican a hacer su obra e intentan dar su golpe final.

La sangre de Cristo acalló para siempre las acusaciones del mentiroso y calumniador. Por eso dice su Palabra: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica” (Ro. 8:33). En otras palabras, si Dios nos ha declarado justos en Cristo, nadie puede acusarnos. ¡Qué hermosa verdad y qué gran consuelo! La sangre de Cristo ha cubierto tu maldad, su justicia te cubre de luz, Él te ha regalado sus ropas santas y puedes ser visto por el Señor como puro, cuando en realidad eres pecador.

Ahora satanás, limitado a ejercer su obra en la tierra, se dedica a engañar y a acusar a los cristianos. Los tienta para que caigan, y una vez que han caído, los acusa para que sientan vergüenza, para que se hundan en su miseria y se alejen de Dios. Sin embargo, el Señor recordará a los suyos que su gracia los ha perdonado y pueden alcanzar misericordia por la obra de Cristo.

El v. 11 nos dice que los hermanos que eran acusados también han vencido, donde podemos ver una vez más en este libro la hermosa verdad de que el Señor nos hace vencedores con Él, nos comparte su victoria total y absoluta, a nosotros que estábamos completamente perdidos, sin esperanza y sin posibilidad alguna de ganar por nuestras fuerzas.

La clave para vencer fue la sangre de Cristo y su palabra, de la que dieron testimonio. Es la sangre de Cristo la que nos ha lavado de nuestros pecados, que nos ha cubierto con la justicia de Cristo y nos permite presentarnos delante de Dios. Con la sangre de Cristo acallamos las acusaciones de satanás, y con la Palabra de Dios combatimos los engaños de este enemigo despreciable. No hay otra manera de vencer, no hay un camino distinto para lograrlo: ¡Sólo por la sangre de Cristo y su palabra! En Él somos más que vencedores, y nada puede separarnos de su amor.

Quienes están en el Cielo, pueden alegrarse y celebrar, ya disfrutan de los beneficios de la victoria de Cristo y su carrera ya ha terminado en victoria. Quienes estamos en la tierra, debemos lamentarnos por un tiempo más, porque el diablo, sabiendo que ya no tiene acceso al Cielo, está furioso y ha volcado todo su enojo contra el pueblo de Dios aquí en la tierra, y sabe que cuenta con poco tiempo. El mismo tiempo que nosotros tenemos para Evangelizar y dar testimonio de Cristo, Él lo tiene para engañar y perseguirnos, buscando destruirnos.

Pero aún en esta situación, no podrá hacer lo que quiere. Está limitado por el poder del Señor y el cuidado que Él ejerce sobre la Iglesia.

III. La Iglesia es protegida en la persecución (vv. 13-17)

Al ver que ha perdido su entrada al Cielo y su derrota es inminente, y al darse cuenta que no pudo destruir a Cristo, se vuelca con toda su furia contra el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, representada aquí por la mujer. Bien sabe el diablo que perseguir a la Iglesia es perseguir a Cristo mismo. Cuando Saulo perseguía a la Iglesia, Cristo se le apareció en el camino a Damasco y le dijo: “¿Por qué me persigues?”.

Pero es el Señor quien personalmente protege a su Iglesia. Esto no significa que no sufrirá dolores, contratiempos o persecución intensa. Pero sí implica que nunca podrá ser destruida y que su victoria está asegurada en Cristo.

Por eso el Señor le da alas a la iglesia, lo que simboliza la protección de parte del Señor. Antes el Señor ya ha hecho esto con su pueblo: “Ustedes son testigos de lo que hice con Egipto, y de que los he traído hacia mí como sobre alas de águila” (Éx. 19:4). Las alas de águila, entonces, nos indican una protección sobrenatural de Dios hacia su pueblo. Basta recordar el tan hermoso y conocido Salmo 91: “te cubrirá con sus plumas y bajo sus alas hallarás refugio. ¡Su verdad será tu escudo y tu baluarte!” (v. 4).

El Señor cuida y sustenta a su pueblo en el desierto, tal como lo hizo con Israel, protegiéndolos de los peligros naturales, alimentándolos, dándoles salud y vestimenta. El Señor no desamparará a su pueblo en su peregrinar por el mundo, no dejará que el dragón devore a la mujer.

Pero la serpiente no se rinde e intenta ahogar a la mujer con un río que sale de su boca. Este río se puede interpretar como un caudal de palabras engañosas, es un río venenoso de mentiras y falsedades que contrasta con el río de agua de vida que brota del trono de Dios (Ap. 22:1), y con los ríos de agua viva que según el Señor Jesús saldrían del interior del creyente (Jn. 7:38).

Pero una vez más su intento se ve frustrado, y no puede eliminar a la Iglesia. A pesar de los engaños y de que muchos que aparentemente son salvos caerán –demostrando así que nunca lo fueron-, la verdadera Iglesia seguirá firme sosteniendo la verdad ante el mundo, dando el testimonio que le ha sido confiado.

El pasaje termina afirmando que satanás seguirá combatiendo con furia contra la Iglesia mientras no se consume la victoria de Cristo. Cuando habla de “el resto de su descendencia” se refiere a la iglesia como un todo, que espera la venida de Cristo. Ella seguirá sufriendo los embates de la persecución satánica, siendo protegida y sustentada por Dios.

Esto se aclara cuando leemos la profecía de Isaías: “Antes de estar con dolores de parto, Jerusalén tuvo un hijo; antes que le llegaran los dolores, dio a luz un varón… Sin embargo, Sión dio a luz sus hijos cuando apenas comenzaban sus dolores” (66:7-8). Aquí nos habla de “un hijo”, que es Cristo, y luego de “sus hijos” que son los creyentes, el resto de su descendencia.

Ellos son descritos como “los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo”. Ellos, quienes vivan de esta manera, en consagración y devoción a Cristo, sufrirán la furia del dragón. Por eso el Apóstol Pablo dice “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Ti. 3:12).

Conclusión

En este pasaje hemos visto el fracaso rotundo de satanás y sus ángeles:

• Trató de devorar al hijo de la mujer, pero Dios lo arrebató a su trono. • Luchó con Miguel y sus ángeles, pero perdió. • Persiguió a la mujer, pero Dios le preparó un lugar en el desierto. • Quiso ahogar a la mujer en un torrente de agua, pero falló.

Cada vez que el dragón intentó frustrar los planes del Señor y dirigirse contra su pueblo, su plan falló, y sabemos que su persecución contra el resto de la descendencia de la mujer también terminará en una derrota segura.

Lo decisivo fue el nacimiento de este hijo varón, que parecía estar en una situación frágil y desamparada, a punto de ser devorado, pero fue quien logró la victoria universal sobre el dragón y que permitió que la mujer pudiera ser protegida y vivir. El Señor habitó entre nosotros, nació en un pesebre, en un pueblo pequeño del que nadie esperaba nada. Luego murió en la cruz, y sus mismos discípulos lo creyeron derrotado. Pero desde esta aparente fragilidad, desde esta posición de humillación venció a la muerte y resucitó de entre los muertos, y ascendió al Cielo para reinar hasta que sus enemigos sean puestos bajo sus pies.

¿En qué posición estás? ¿Eres de los enemigos de Cristo, que viven según las lógicas del dragón, haciendo su voluntad y sometidos a su dominio? ¿O eres de aquellos que vencerán con este hijo varón que gobernará a las naciones, esos que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo?

No hay una 3ª opción. Sólo en Cristo hay verdadera vida y hay victoria. Hoy hemos visto una vez más cómo satanás y los suyos no tienen esperanza alguna, están sumergidos en las más densas tinieblas y allí seguirán eternamente, pero quienes están con Cristo, aun cuando mueran, vivirán.

Que se pueda decir de ti que has vencido por la sangre del Cordero y de su Palabra. El Señor haga de todos nosotros hijos fieles, que perseveremos hasta el fin. Amén.