Yod: Caminando en la aflicción (Salmo 119:73-80)
Serie: Salmo 119: Refugiados en su Palabra
Domingo 28 de mayo de 2023
Introducción
El día de hoy continuaremos meditando en torno al Salmo 119, con la serie titulada “Refugiados en su Palabra”. Como ya hemos visto anteriormente, el Salmo 119 posee 22 secciones; una por cada letra del alfabeto hebreo, y hoy estaremos revisando la décima sección que corresponde a la letra Yod.
Hoy nos detendremos en los versículos del 73 al 80 y estaremos revisando cómo es que Dios trata con sus hijos, enseñándonos humildad a través de la aflicción. Y vamos a recorrer estos versículos a través de 3 enunciados: Humildad en la insuficiencia, Consuelo en la aflicción y Solo dos caminos.
Dios no solo creó a Adán y Eva, sino que también es creador de cada uno de los hombres que ha pisado la tierra. El rey David en el Salmo 139 reconoce que los ojos de Dios estuvieron mientras él era formado en el vientre de su madre y que también el Señor no solo lo conoció ahí, sino que también decretó soberanamente lo que ocurriría en cada uno de sus días.
En este pasaje, el salmista comienza reconociendo al creador porque es bastante consciente de su problema: él es insuficiente, así como cada hombre, ninguno de nosotros es capaz de cumplir los mandamientos del Señor perfectamente. Aunque la Ley del Señor es perfecta y buena para nosotros, nuestra naturaleza pecaminosa nos arrastra a la miseria. El apóstol Pablo, al escribirle a los romanos, cita el Salmo 14 enseñando esta verdad: “no hay justo, ni aún uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios” (Romanos 3:10-11). También, en Isaías 53, el profeta nos recuerda que todos nos descarriamos como ovejas, todos nos desviamos del camino.
Y aunque esta condición de muerte espiritual es transformada cuando el Espíritu Santo abre nuestros ojos al mensaje del Evangelio, es innegable el hecho de que nos encontramos en guerra contra nuestra naturaleza pecaminosa. Por una parte, en Cristo anhelamos obedecer la Ley de Dios, pero por otra parte chocamos constantemente a la realidad de que somos insuficientes.
Aunque el salmista, tal como hemos visto anteriormente en el Salmo 119, es un hombre que ha sido regenerado por el Espíritu porque ha creído en la promesa de un Redentor, él también es honesto delante de Dios. Es que el Señor nos conoce muy bien ¿podríamos ocultarle algo? ¿nuestro Padre Celestial se enterará de nuestras necesidades recién cuando oramos a su nombre? ¿no sabrá el Señor desde antes de la fundación del mundo cuáles son nuestras carencias y nuestras debilidades? Cuánto tiempo dejaríamos de perder si fuéramos más conscientes de que el Señor conoce siempre todas las cosas, incluso las cosas que están en nuestro corazón y que nos resultan hasta difíciles de describir con palabras. Él conoce a cada una de sus ovejas, nos llama por nuestro nombre y conoce nuestra falta de fe.
Por esto, el versículo 73 es una oración pidiendo ayuda: “Señor, Tú que me formaste y me conoces, ayúdame a caminar en tu Palabra”. “Quiero honrarte con mi vida, pero no puedo solo; dame lo que no tengo: dame entendimiento”. Este es el cimiento sobre el que está edificada toda buena oración: la humildad; así como el clamor de un hombre que se acercó a nuestro Señor Jesús: “Creo, ayúdame en mi incredulidad” (Marcos 9:24).
Revisábamos como el clamor inicial del salmista es entender los mandamientos del Señor para obedecerlos, pero, además, quiere ser un ejemplo para otros creyentes respecto a cómo Dios recompensa a los hombres que esperan en Él.
Este deseo de que otros creyentes le observen no tiene que ver con un deseo egoísta de auto exaltación; el salmista no está buscando reconocimiento para sí mismo. Para pensar que él está buscando gloria para sí mismo tendríamos que pasar por alto el versículo anterior en el cual él mismo presenta su continua debilidad y necesidad de Dios.
Este versículo en realidad nos habla del deseo que debe tener cada hijo de Dios de que el nombre del Señor sea exaltado. El salmista nos está hablando a nosotros, nos dice: "Ustedes, que temen al Señor: observen lo que Él puede hacer con hombres que reconocen su debilidad, pero que confían en su Palabra".
De esta forma, cuando observamos un hombre débil e insuficiente que es usado en las manos de Dios nos podemos gozar sinceramente, porque lo necio, lo débil y lo vil del mundo escogió Dios para glorificarse a través de nuestra insuficiencia. Con esto nos podemos gloriar en nuestra debilidad mientras esperamos en el Señor, porque así el poder de Cristo se hace abundante en nuestras vidas.
El salmista nos llama a mirar su ejemplo, para que seamos animados al ver que la debilidad y la aflicción nunca han sido un impedimento para el poder de Dios, sino más bien son un catalizador que permite que la gracia salvadora de Dios fluya en nuestra vida. La gracia del Señor se hace evidente a nuestros ojos cuando somos conscientes de nuestra insuficiencia.
En los versículos anteriores revisábamos cómo el salmista reconocía su insuficiencia delante del Señor, pero el versículo 75 nos presenta el motivo de por qué el salmista tiene este corazón humilde: la aflicción.
Frecuentemente, los que tienen sus ojos puestos en este mundo cuestionan nuestra fe diciendo: si tu Dios es real ¿cómo es que estás pasando por estas circunstancias adversas? Los incrédulos no le ven sentido al sufrimiento y la aflicción. La mayoría de ellos están tan centrados en las necesidades humanas que consideran que todo lo que se oponga a la alegría del hombre es algo malo. Ellos asumen que si Dios existe es principalmente para encargarse de solucionar nuestros problemas y aflicciones.
El problema es que esta visión humanista no tiene nada que ver con lo que enseña las Escrituras. Tal como lo declara el catecismo menor de Westminster, decimos que el fin principal del hombre es glorificar a Dios y disfrutar de Él por siempre, y no al revés. Todas las cosas, incluyendo cada hombre que ha pisado y pisará esta tierra, ha sido creado para que Dios sea glorificado. Y mientras que Dios ha determinado glorificarse en los incrédulos a través del juicio; el mismo Dios, también determinó glorificarse a través de sus hijos, la iglesia de Cristo, a través de la aflicción en esta tierra. Por esto, cuando el Señor carga de aflicción tu vida está obrando con fidelidad a lo que ha prometido. Tú glorificas a Dios cuando el carácter de Cristo es esculpido en tu vida a través de la aflicción. Por esto nuestra mejor vida no es ahora, nuestra mejor vida será en la eternidad junto con Cristo.
El salmista reconoce que Dios obra con justicia al asignar el equipaje de aflicción que le ha dado a cada uno de sus hijos. Así, el salmista termina siendo un ejemplo de cómo está aflicción descrita en el versículo 75 ha redundado en un corazón humilde que reconoce al creador y que busca someterse a su autoridad a través de la Palabra, tal como lo declaraba él en los versículos anteriores.
Ahora hermano, examina el carácter que tenías el día en que comenzaste tu caminar cristiano, y examina el carácter que tienes hoy, y pon en medio todas las aflicciones que has experimentado entre lo que fuiste antes y lo que eres hoy; así verás cuál es el fruto que ha dado la aflicción en tu vida. Nuestro Señor Jesucristo dijo: "En esto es glorificado mi Padre, en que den mucho fruto, y así prueben que son mis discípulos." (Juan 15:8).
El versículo 75 no nos dice que "Dios ha permitido nuestra aflicción", sino que lo que dice que "Él me ha afligido". Por esto, Dios no está trabajando en tu vida a pesar de tus circunstancias, sino que Dios ha decretado tus circunstancias para trabajar en tu vida. Si estás siendo afligido es precisamente porque el Señor ha sido fiel. El Señor no abandonará la obra que comenzó hasta que esté terminada.
Es importante que consideremos que la aflicción no solo tiene un propósito final, sino que también tiene un camino seguro. No tenemos un Dios que solamente nos demanda llegar al destino, sino que también nos acompaña en el camino.
Por esto, en estos versículos el salmista clama por misericordia y compasión, y esto no es un pecado sino todo lo contrario. Dios nos habla a través del dolor, porque tarde o temprano nos daremos cuenta que hay tormentas que son más grandes que nuestras fuerzas. En esto, nuestro creador lleno de bondad se compadece de la obra de sus manos, Él tiene cuidado de nosotros.
Notemos también, que el salmista hace bien al rogar por la misericordia prometida, porque también cuando recordamos y traemos a nuestra mente las promesas de Dios resultamos consolados y animados.
El mismo Dios que llama a las cosas que no son como si fueran es nuestro padre amoroso que tiene cuidado de nosotros (Romanos 4:17). El que sacó a Israel de Egipto y les guio con una nube en el día y una columna de fuego en la noche es también nuestro Dios. Él también es el que ha dicho que está con nosotros como poderoso gigante (Jeremías 20:11). Nuestro Señor Jesucristo es el que ha prometido estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mateo 28:20).
En el Salmo 37:25 el rey David reconoce: “Yo fui joven, y ya soy viejo, Y no he visto al justo desamparado, Ni a su descendencia mendigando pan”. También, en Hebreos 13:5b-6 el Señor ha dicho: “«Nunca te dejaré ni te desampararé», de manera que decimos confiadamente: «El Señor es el que me ayuda; no temeré. ¿Que podrá hacerme el hombre?». Si nuestro Dios no se avergüenza de llamarse nuestro ayudador, podemos tranquilamente correr a sus brazos clamando ayuda.
Ahora, hermano, nota cómo el meditar en algunas de promesas del Señor puede consolar tu corazón, y considera que estos son solo algunos pocos pasajes de una Biblia llena de páginas que destilan misericordia y gracia celestial. Si la Ley del Señor está siendo tu deleite (como lo menciona el salmista), si estás meditando constantemente en la Palabra, crecerá tu entendimiento en torno a la obra y las promesas de Dios, y con facilidad verás el consuelo y la compasión del Señor.
Esta porción del Salmo 119 finaliza con un contraste. Aunque anteriormente nos declaró que como hijos de Dios nos era necesaria la aflicción para desarrollar la humildad, en estos últimos versículos vemos como solo hay dos caminos posibles.
Para muchos existen, por una parte, los cristianos soberbios y los cristianos humildes, y por otra parte, los incrédulos soberbios y los incrédulos humildes. Pero a diferencia de lo que podemos pensar en las Escrituras encontramos solo dos caminos para toda la humanidad.
Cuando la Escritura habla del soberbio se refiere a aquel que rechaza el dominio del creador; el soberbio es el que tiene tan alto concepto de sí mismo que no acepta que sea Dios el que establece las reglas. Por eso, todo el que rechaza al Señor es soberbio, y no hay algo así como incrédulos humildes delante de Dios.
Por otra parte, contrario al que rechaza el dominio de Dios sobre su vida, encontramos a los hijos de Dios. Y aunque muchas veces en la vida cristiana podemos llegar a la fe siendo orgullosos, si realmente somos hijos de nuestro Padre Celestial inevitablemente cederemos ante el dominio de su Palabra sobre nuestras vidas. Por esto mismo la aflicción es necesaria, ya que nos lleva constantemente a declarar nuestra bancarrota espiritual y a reconocer el derecho cósmico que tiene nuestro creador a gobernar nuestra vida. Bien dijo Agustín de Hipona: "Dios tuvo un hijo en la tierra sin pecado, pero ninguno sin sufrimiento".
Ahora bien, estos dos caminos conducen a diferentes destinos: soberbia nos deja frente a una puerta ancha y espaciosa que nos lleva a la perdición, mientras que el camino de la humillación nos conduce a una puerta estrecha (Mateo 7:13-14).
La retribución de los soberbios es la vergüenza. Tal como lo señala el Salmo 73, los arrogantes son puestos por Dios en lugares resbaladizos y es Dios quien les arroja a la destrucción; son destruidos en un momento por terrores repentinos. Pero la retribución más sería que ellos merecen no será recibida en esta vida, sino que como también señala el versículo 20 del Salmo 73, cuando el Señor se levante en juicio frente a toda la humanidad, los soberbios que rechazaron a Dios serán despreciados por Él.
Nuestro Señor Jesucristo dijo en Mateo 13:40: “Por tanto, así como la cizaña se recoge y se quema en el fuego, de la misma manera será en el fin del mundo. El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que son piedra de tropiezo y a los que hacen iniquidad; y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el crujir de dientes”.
Por otra parte, para los que esperan en las promesas del Señor, Jesús nos dice: “Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre.”. Los que hoy sufren aflicción de parte de Dios y que son humillados por los soberbios se encontrarán cara a cara con el Creador. Ahí seremos más conscientes que nunca que hemos sido justificados por la obra de Cristo. Aquellos que hoy somos insuficientes en nuestras fuerzas seremos llamados justos por el único verdaderamente justo: Jesucristo, que, por amor a nosotros, siendo rico se hizo pobre y soportó la aflicción.
El profeta Isaías 53:6-7 dijo de Él: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, Nos apartamos cada cual por su camino; Pero el Señor hizo que cayera sobre Él la iniquidad de todos nosotros. Fue oprimido y afligido, pero no abrió su boca. Como cordero que es llevado al matadero, Y como oveja que ante sus trasquiladores permanece muda, Él no abrió Su boca”.
Jesús, el varón perfecto, el único que pudo decir que era manso y humilde de corazón, soportó la aflicción por nosotros. Bebió la copa de aflicción que el Padre le asignó sin dejar ni una gota. Ese hombre despreciado y rechazado por el mundo es el Señor al cual servimos, y nosotros como súbditos, seguimos sus pisadas.
1 Pedro 2:20-22 nos señala: “Pues ¿qué mérito hay, si cuando ustedes pecan y son tratados con severidad lo soportan con paciencia? Pero si cuando hacen lo bueno sufren por ello y lo soportan con paciencia, esto halla gracia con Dios. Porque para este propósito han sido llamados, pues también Cristo sufrió por ustedes, dejándoles ejemplo para que sigan sus pasos, el cual no cometió pecado, ni engaño alguno se halló en Su boca; y quien cuando lo ultrajaban, no respondía ultrajando. Cuando padecía, no amenazaba, sino que se encomendaba a Aquel que juzga con justicia”.
Conclusión
Este pasaje finaliza con un clamor santo: Señor, permíteme caminar de forma íntegra delante de ti (80. Sea íntegro mi corazón en Tus estatutos, Para que yo no sea avergonzado). Dios mío, ayúdame a meditar y someterme a tu Palabra, dame un corazón dispuesto a aprender de la aflicción. Hazme crecer en humildad y dependencia a ti.
Amén.